viernes, 27 de septiembre de 2013

[Crítica] Agreste

Foto:Nota de prensa. De izq. a der. Javier Figuera, Abilio Torres y Ricardo Nortier

Por Bruno Mateo
@bruno_mateo

¿Cómo es posible que, aún en estos días del siglo 21, cuando la ciencia y tecnología han avanzado a niveles impensables como la internet y la clonación, la humanidad no acepte que dos adultos del mismo sexo puedan amarse y convivir como pareja?

Agreste obra dramática de Newton Moreno (Recife. Pe, Brasil, 1968) que presenta el grupo Contrajuego a partir del 6 de septiembre de 2013 en La caja de fósforos en Bello Monte, nos muestra cómo en un ambiente campesino ubicado al nordeste de Brasil la intolerancia hacia este tipo de relación  llega hasta extremos macabros como la quema de una mujer porque se descubre en los preparativos mortuorios de su “marido” que éste no era hombre sino mujer, secreto que ni la propia viuda sabía y que no comprendía.  Pieza en tono narrativo y escenificada con un estilo ingenuo y denotativo, tres campesinos, entre el sopor que produce el licor que liban durante su velada y canciones nos van metiendo en la  tétrica historia de una relación lésbica, satanizada por las personas del lugar, pura  e inocente para la viuda hasta llegar a un  desenlace al estilo de “Las brujas de Salem”. Es una cruel y delicada denuncia contra la homofobia,  en este caso, la lesbofobia y ¿por qué no a lo incomprendido?

Ricardo Nortier, Abilio Torres y Javier Figuera dan vida a los tres paisanos narradores de la historia. Un trabajo preciso y muy buen logrado por los tres. Los actores imprimen una cadencia tonal que se acompasa con las canciones, algunas cantadas en portugués y otras en español.  La interpretación de los personajes  pasa por la narración, el clown y el actor.   
La dirección de Orlando Arocha logra coloca al espectador en un limbo entre la narración oral y el teatro. Una puesta casi estática en cuanto a planta de movimientos, pero llena de dinamismo por la interpretación y profundidad del texto. La estructura discursiva de la dramaturgia es progresiva y va diseñando imágenes tan poderosas que crean el mundo agreste y la opresión de un desenlace sorpresivo y tremendo.

Agreste es una pieza que causa su efecto en el espectador; un efecto de melancolía y reflexión hacia la injusticia que se comete contra dos mujeres  adultas que fueron condenadas sólo por amarse y que su historia será cantada para siempre.

martes, 24 de septiembre de 2013

[Crítica] El día que cambió la vida del señor Odio.

Cortesía de El Nacional. Foto Alexandra Blanco. En la foto Gabriel Agüero




Por Bruno Mateo
@bruno_mateo

 

En la sala Caja de fósforos de Bello Monte  de Caracas vienen realizando, desde su reciente creación, montajes teatrales sólidos que, desde su misma creación leen, a su manera,  la realidad que les tocó vivir. Un trabajo de hormigas con productos de buena calidad en cuanto a su enunciación  y contenido, independientemente de que se puede estar de acuerdo o no a esas visiones; una de esas piezas nos la trae la dramaturgia y dirección para teatro infantil de Oswaldo Maccio, quien fuera reconocido en la primera entrega del premio de la crítica Avencrit 2012 como “Mejor director para teatro para niños”, titulada “El día que cambió la vida del señor Odio”.

Este sábado 22 de septiembre de 2013 dicha  pieza deleitó a sala llena de 70 puestos la obra infantil que nos narra, en un día ficcional,  cómo la vida del señor Odio cambia por completo cuando llega, de repente, un nuevo vecino, el señor Amor.

El texto es interesante desde el punto de vista de su estructura. Es una uróboros literaria, en donde se juega con la estrategia de romper  la línea convencional entre espectáculo y espectador. Un elemento usado para el teatro infantil para involucrar a los niños espectadores con la obra. Los personajes muy bien construidos son interpretados por Citlalli Godoy como la narradora”; Gabriel Agüero como el Señor Odio y Orlando Paredes como Sr. Amor, Mamá del Sr. Odio, Dra. Azpalacuata y Madre superiora. Un buen conjunto, con sus particularidades.

El vestuario de Raquel Ríos está muy bien logrado,  los diseños como los de la "narradora" y "el señor Odio" con un referente en las imágenes de los filmes de Tim Burton, logran corporizar las características de los personajes. La paleta de colores que contrastan de acuerdo a cada personaje nos lleva a una simbología entre el odio y el amor. La puesta en escena de Maccio es dinámica, divertida y dirige al público hacia su premisa “del odio al amor hay un solo paso”.

El día que cambió la vida del señor Odio” es una prueba de que el teatro para niñas y niños es también una obra de arte.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Jazmines en el Lídice


Por Bruno Mateo
@bruno_mateo

Este fin de semana del 21  y 22 de septiembre  de 2013 finaliza la temporada de “Jazmines en el Lídice” escrita por Karin Valecillos, recientemente galardonada por la también reciente Fundación Isaac Chocrón, en el Espacio plural del Trasnocho cultural del Centro comercial Paseo Las Mercedes de Caracas. Un texto que nos narra la historia de seis mujeres cuyos hombres fueron asesinados en una calle de Lídice y que dialogan sus penas amarguras y esperanzas el día de cumpleaños de Dayana,  la más pequeña del grupo.

El elenco está conformado por Gladys Prince como Meche, Omaira Abinadé es Aída (La musiua), Rossana Hernández es Anabel,  Indira Jiménez como Yoli, Patrizia Fusco es Dayana y Tatiana Mabo interpreta a Sandra. La puesta en escena es de Jesús Carreño para Tumbarrancho teatro, Lux siete producciones y Esperanza Venezuela.

Con una puesta sencilla de Jesús Carreño con el respaldo de la música de Abiram Brizuela, joven venezolano radicado en los Estados Unidos, “Jazmines en el Lídice” es una elegía escénica que poco a poco se convierte en un canto de esperanza. Nos sugiere una posibilidad de vida distinta a la que se vive a diario en Venezuela, no de ahora sino desde que yo recuerde. Es un montaje políticamente correcto en cuanto a la manera “objetiva” como plantea la problemática de la violencia en el país. De nadie es la culpa; la culpa es del sistema. La solución no es del sistema es de todos.

Las actuaciones de las actrices son convincentes, cada una logra darle un matiz interpretativo que llega; no sólo a una  técnica actoral sino a verdaderos   niveles de creación, algunas menos otras más;  tal es el caso de Indira Jiménez como Yoli, una verdadera interpretación oximorónica de la alegría amarga de una mujer que ve a su hijo pasar de bueno a malandro; Rossana Hernández con sus explosiones de rabias y dolor que se enfrenta a una madre que siente lo mismo que ella, pero lo aborda  de otra manera; Omaira Abinadé en la interpretación de una hija de inmigrante que se radica en Venezuela que pierde a su hijo en una balacera y que pretendía con su profesión de abogado hacer justicia, la cual queda en el tiempo del subjuntivo; Tatiana Mabo compone a un personaje lleno de  culpas por haberle pedido a su esposo, hijo de Meche, la madre, que fuera a comprarle el pan sin saber que en esa encomienda perdería la vida de varios disparos; Patrizia Fusco nos trae a una adolescente que a su corta edad pierde a su hijo y vive en una casa con mucha amargura, pero que se resiste a perder su ilusión por vivir y por último a Gladys Prince interpreta a la madre, al estilo de la Bernarda Alba lorquiana, que quiere ser dura frente a la pérdida de los hombres de la casa, sin embargo, la fraternidad de las mujeres hace que mantenga la esperanza de sembrar jazmines en el Lídice.

viernes, 13 de septiembre de 2013

DE UN NIÑO QUE CRECIÓ Y UN TEATRO QUE SE QUEDÓ PEQUEÑO Y SOLO


KARIN CECILIA VALECILLOS SALAS
Fuente: CentroMolinos
Revista especializada de teatro para Niños y Jóvenes
Volumen I, Número 2,
Caracas : Agosto 2003.

Qué difícil es desandar un camino que no emprendimos y que siempre altera su ruta. Así de ardua es la tarea de aquel que se acerca al teatro para niños y adolescentes, un público que cada vez se transforma con mayor rapidez, cambia sus gestos, sus gustos y su manera de ver el mundo. Si ya para Mafalda, en aquellos años setenta, su hermano menor la sorprendía con tantos "porqués", que la hicieron calificarlo de "candidato a las bombas lacrimógenas", qué quedará para la subversión de las generaciones que están por venir, pues de antemano se vislumbran, a Dios gracia, insurrectas.

Quizás es la no lectura de la naturaleza mutable de los niños una de las causas de la soledad de nuestros escenarios. Ellos han crecido, dejando atrás a un teatro que todavía se aferra a la visión idílica de una infancia que ya no existe, al menos no con las mismas características e inquietudes de la nuestra. Ha llegado, sin duda, el momento de madurar y crecer junto a ellos, eso significa definir en este aquí y ahora el objetivo de nuestra búsqueda, y hasta dónde llega nuestro compromiso con eso que llamamos "teatro infantil".
Utilizar el calificativo de "infantil" para el teatro dirigido a un determinado público, en algunos casos, resulta nocivo, pues suele servir de justificación a sus debilidades o carencias, ya que no se le considera tan profesional como el teatro "adulto". Sin embargo, esta desestimación no sólo parte del público o la crítica, también es el pretexto de dramaturgos y realizadores para el conformismo. Me he cansado de escuchar a estudiantes de teatro afirmar cosas como: "Comencemos haciendo teatro infantil que es más fácil y siempre tiene público". Ambas afirmaciones absolutamente cuestionables. De la misma manera, se me han acercado personas y me comentan que les parece bien que escriba primero para niños, así me voy preparando para hacer algo más "serio". Pensamientos como éstos nos conducen irremediablemente al vacío.

El no asumir con profesionalismo nuestra labor es el primer paso a la pérdida de ese interlocutor, que se aburre y se siente menospreciado. Entonces, éste ya no regresa de niño, mucho menos lo hará de adulto. La responsabilidad comienza en la confrontación de la realidad y en el ejercicio de la autocrítica, en observar a ese niño- espectador y preguntarnos si realmente estamos haciendo teatro para él, porque, ahí sí coincido con los estudiantes de teatro, es muy fácil tomar un mensaje o moraleja y convertirlo en un gran espectáculo de luces, vestuario colorido y canciones, que indudablemente llamarán la atención del niño, pero ¿hablará de esto mañana? El olvido es síntoma de que todo ha terminado, pues éste es el castigo de la superficialidad asumida como filosofía. Entonces, yo me pregunto, ¿dónde está el teatro?

Temo al "teatro infantil" que tiene más de infantil que de teatro, ya que no creo en la existencia de códigos que establezcan fronteras conceptuales o estéticas entre el teatro hecho para niños y el de adultos, pues a la final únicamente terminan siendo limitaciones para el escritor, el actor y el director. Si existe alguna diferencia, ésta se encontrará tal vez en los temas, los cuales deben responder a las inquietudes, anhelos y preocupaciones de los niños. No obstante, tanto en la puesta en escena como en el texto siempre debería privar la intención de hacer buen teatro.

Es en este aspecto donde cobra particular importancia la labor del dramaturgo, pues el texto constituye el punto de partida para la revalorización del teatro para niños y adolescentes. Es la capacidad de escuchar, comprender y respetar el mundo de ese novel espectador, lo que le permitirá al escritor reencontrar el espacio de comunicación e identificación entre el niño y la representación. Esto implica entrar en sintonía con todas las características positivas y negativas que definen al niño al cual se dedica ese trabajo, dentro de su contexto social y temporal.

No tengo la autoridad ni la experiencia necesaria como para dictaminar fórmulas para una dramaturgia "infantil", preferiría empezar por descreer de la existencia de cualquier fórmula, sólo profeso la duda constante y no dar nada por sentado, pues el día en que te sientes más confiado, uno de esos locos bajitos te toma por asalto y te tambalea el mundo con una simple pregunta o un gesto. Me preocupa que el teatro se quede pequeño ante un público que es cada día más conciente de lo que quiere y sobre todo de lo que no quiere ver.
Deseo, en la medida de lo posible, escribirle al niño real, no al que idealiza el adulto desde su añoranza. La infancia sólo es frágil, inocente y feliz vista a través de los ojos del hombre en retrospectiva. Porque cuando fuimos niños: queríamos ser grandes, herimos con nuestra sincera crueldad y, sin duda, también nos hirieron, sentimos rabia, impotencia y nos lastimó la indiferencia de los adultos hacia nuestros problemas. Sólo basta con escucharlos unos segundos en las calles o en el colegio para darnos cuenta de su amplia capacidad para desmontar nuestros paradigmas, aún así nos empeñamos en aislarlos, porque tememos que pierdan esa felicidad primaria, cuando realmente sólo queremos rescatar en ellos el tiempo de la nuestra, de la misma manera como en el siglo XIX los escritores del Romanticismo ensalzaron la inocencia de los primeros años, y comparaban esta etapa de la vida con una suerte de ensueño o paraíso. Allí está hablando el adulto, no el niño y ellos lo saben.

Constantemente combatimos la violencia que impera en la televisión, las comiquitas que ven, la música que escuchan, y queremos rescatarlos, hablarles de sueños, justicia, igualdad, porque creemos que ellos pueden rectificar nuestro camino. Sin embargo, ése es el tiempo que les ha tocado vivir, es imposible retenerlos en una burbuja, lo máximo que podemos hacer por ellos es mostrarles que, a pesar de todo, la vida es bella y que podemos aprender de nuestras experiencias, incluso del dolor. Porque a esta generación ya no se le puede mentir, nos toca ahora a nosotros hablarles con sinceridad, sin falsos discursos y esto no quiere decir que no deba haber ilusión, magia, sobresalto, sorpresa; todo lo contrario, debemos llenar los escenarios con sus sueños, aquellos que nacen de sus pensamientos conectados a su tiempo y a su espacio, no los que nosotros quisiéramos que ellos soñaran.

El teatro debe erguirse con respeto, si quiere seguir acompañando a los niños de ésta y las próximas generaciones. Ya ha pasado el tiempo del teatro encorvado, que observa a los niños desde arriba y achica su voz para hablarle de lo malo y lo bueno. Ahora ellos nos miran a los ojos en reto, esperando ver si al fin hemos crecido, porque simplemente están en la búsqueda de un buen compañero para ofrecerle su amistad, que si nos la sabemos ganar, durará para siempre y el teatro ya no estará solo.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

En busca del teatro perdido


Por: Bruno Mateo
Twitter:@bruno_mateo
IG:@brunomateoccs
Fuente: CentroMolinos
Revista especializada en Teatro para Niños y Jóvenes
Volumen I, Número 2
Caracas : Agosto 2003

Nombrar drogas, sexo riesgoso, violencia, corrupción, trasgresión del género, asaltos, robos, terrorismo, guerras, hambre, pobreza extrema, enfermedades infectocontagiosas, pérdida de los valores familiares, incomunicación, deterioro del ecosistema, frivolidad, seres humanos que se pueden generar sin la concepción biológica natural, clones y sobre todo, el peor de los males: la indiferencia; señalar estos tópicos en un Foro en el cual el centro de la órbita de los discursos es la creación de textos dramáticos para la niñez y la juventud, resulta engorroso. No obstante, éstas son las referencias socioculturales con las cuales se enfrentan los dramaturgos en el umbral de este milenio.

En la dramaturgia venezolana para niños, en mucho de los casos, se encuentran temas y personajes recurrentes y repetitivos, tales como: princesas, caballeros y dragones, la terrible mala que tiene esa condición de malvada sólo porque le da la gana de serlo al estilo de las telenovelas de los años cincuenta, seres más bondadosos que los Teletubies, hadas, duendes y gnomos, magos y hechiceras, ollas mágicas, niñas criadas con comportamientos de internados suizos del pasado, jóvenes tremendos, pero respetuosos, niños y niñas melindrosos, la niña que se duerme y sueña, la búsqueda de algún objeto fantástico; en fin, una gama virtual de algo extinto. En realidad, los temas y los personajes son alusivos en cualquier parte del mundo, lo fastidioso ocurre con su tratamiento escénico. Son utilizados como estrategias para "resolver" situaciones. Sin acciones. Sin contenido. Sin valores estéticos. La vacuidad de la palabra.

Esa paradoja entre una realidad que existe en un contexto específico en tiempo y espacio versus los textos dramáticos sin cable a tierra podría ser muy rica e interesante, si y sólo si se lograra utilizar, inteligentemente, en beneficio de una literatura dramática emergente. Esa confrontación refleja una posibilidad de hibridación selectiva. Realizar obras eclécticas, donde se puedan tomar elementos de ambas realidades y desechar lo innecesario. Esos personajes clásicos como la Cenicienta, Caperucita Roja no se quedan en el transcurrir de los años o acaso en su forma original, tampoco deberían quedar en las páginas avejentadas de los libros. Esos clásicos se pueden retomar para actualizarlos, hacerles nuevas y variadas lecturas; y por otro lado, el abanico temático que nos ofrecen estos tiempos es amplísimo. En este punto se hace menester aclarar que no estoy insinuando hacer un Al Rojo Vivo o Crónicas Marcianas para el consumo de niños y jóvenes. Nada más alejado de mi pensamiento. Sólo insisto en que la imaginación de los dramaturgos(as) debe estar ganada a la comprensión de la realidad de los niños, no verlos como adultos pequeños, que fue uno de los grandes errores de la educación pasada. Se creyó que inculcar valores implicaba, únicamente, disciplina, orden y castigos sin ninguna diversión. No me crean, pregúntenle a Alicia (Lewis Carrol, 1832-1898) quien escapó a un lugar fecundo de sueños y fantasías, a un país de ilusión, víctima de una represión sociocultural, hasta que la Reina de Corazones la trajo abruptamente a su tiempo.

Considero que las obras de teatro, aquellas dedicadas a esta etapa primera de la vida de los seres humanos, tienen que dejar leer referencias valorativas de cualquier índole, llámense de contenido, artístico, formales. Un texto sin algo para comunicar o que abra posibilidades imaginativas no es nada. La obra se puede interpretar como un ministerio, una misión o un servicio. "Es indispensable que el servicio sea del más alto nivel posible en lo creativo y lo técnico". Desde esta óptica, el texto para niños ayuda a configurar la personalidad del niño e insertarla dentro de un sistema social. Entra en un proceso de socialización. La literatura infantil se convierte en un factor importante en dicha conformación. El dramaturgo aquí aparece indefectiblemente como un padre, el que indica el camino en consecución de los valores socialmente correctos. Muchos de los textos nacionales para el público infantil están repletos de moralejas y mensajes. En reiteradas ocasiones se interrumpe la acción para aleccionar al espectador (lector), lo que repercute en un aletargamiento de la obra, es decir, se alarga innecesariamente el tiempo de lectura (representación) y se olvidan del elemento del goce y de la fruición que produce un fenómeno creativo. Ese deleite hasta mágico que se produce en el instante de esa comunicación tácita de lector (público) y la obra.

El teatro nunca deja de transmitir alguna idea o de poseer una lectura particular acerca de alguna parcela del conocimiento, sin embargo, pienso que los elementos estéticos son la base de toda creación y el hecho teatral es un proceso creativo. "La finalidad del arte consiste simplemente en crear estados del alma". Muchas veces los dramaturgos venezolanos intentan dar lecciones de moral y buenas costumbres, importantes para la formación de valores en los niños, no obstante, estos "mensajes" se convierten en elementos distractores. Sólo quedan como frases hechas sin ninguna trascendencia. El teatro, y en especial el que se realiza para niños y jóvenes, es un proceso dinámico. Necesita crecer y ser atrevido, como lo reclama la contemporaneidad. La dramaturgia infantil venezolana no ha logrado desprenderse de una actitud timorata y asustadiza por temas actuales. Es de acotar que existen algunos dramaturgos venezolanos que trabajan temas de interés contemporáneo, tales como: la guerra, situaciones políticas determinadas, problemas ecológicos. Pero, casi siempre estas obras pasan a ser corpus ideológicos o simples panfletos que utilizan los dramaturgos para exponer sus tesis. El texto se convierte en un teatro de ideas. Se piensa, lo digo por los resultados de los montajes, que los niños están por debajo de una comprensión holística de su entorno. Sin tratar de entrar en honduras psicológicas, los textos dramáticos y el teatro como espectáculo no quieren crecer. Sufren de una especie de síndrome de Peter Pan. Enfrentar la actualidad de un contexto implica necesariamente responsabilidades, tal vez he aquí el meollo de la resistencia de los dramaturgos nacionales en abordar tópicos cónsonos con nuestra realidad. Como bien lo dijo, el dramaturgo Luiz Carlos Neves en su pequeño (en extensión) libro Poética del teatro infantil: "el dramaturgo debe estar sintonizado con la literatura infantil y juvenil modernas, su lenguaje, sus temas y tendencias para, en el momento de la escritura teatral, liberar al texto a ser escrito de la carga narrativa"...

No se pretende aquí indicar un camino para escribir, ni conseguir unas reglas fijas y monolíticas en el proceso escritural; mi única intención es apuntar sobre la incongruencia entre los intereses de los lectores (espectadores) infantiles y los textos dramáticos "actuales".

Para resumir, considero que:

La dramaturgia infantil y juvenil venezolana carece de riesgos en cuanto a la innovación de temas e incluso en la estructura de los textos.

Los dramaturgos asumen la creación de un texto literario de una manera extrema, es decir, mientras algunos escritores realizan obras de excesiva fantasía, por otro lado, hay quienes pretenden hacer del teatro un hecho panfletario y/o excesivamente didáctico.

Los textos dramáticos sufren una dicotomía entre realidad e imaginación, pareciera ser una relación irreconciliable.

La subestimación por parte de los creadores hacia las capacidades cognoscitivas y de comprensión de los niños, adolescentes y jóvenes.

Por último, la exigua, en la mayoría de los casos, preparación cultural, académica y técnica que poseen muchos de nuestros autores para la elaboración de textos teatrales para la niñez y la juventud.

Fuentes consultadas

DI MAURO, Eduardo. “Entidad e ideología”. En: revista Tablas. N°. 2 La Habana, 1996. p. 108.
NEVES, Luis Carlos. Poética del teatro infantil. Caracas, Editora Isabel De los Ríos, 1998, p. 60.
WILDE, Oscar. “El crítico artista” en: Ensayos (Prólogo de Jorge Luis Borges. Traductor: Julio Gómez de la Serna). Barcelona, España, Hyspamérica Ediciones, 1986, p. 304.

Por favor, aún no.