martes, 31 de enero de 2012

La venganza de Don Mendo.

A partir del último fin de semana de enero y hasta el último fin de febrero el Centro Cultural CorpBanca estará presentando La Venganza de Don Mendo, viernes y sábados a las 8 pm y domingos a las 6 pm. Una divertida parodia en la que se muestra la cara de la traición y la venganza de los miembros más altos de la nobleza.

• Dirección general de Daniel Uribe con la dirección actoral de América Alonso
• Original de Pedro Muñoz Seca y adaptación de Miguel Otero Silva
• Una producción del Centro de Directores para el Nuevo Teatro
• Vestuario cortesía de Moisés Vincent - Teatro Teresa Carreño

Elenco:

Juglares - Carlos Yanes, Alba Rojas y Ana Briceño.
Don Nuño - Víctor Orlando Giménez
Magdalena- Anabella Giménez Hernández
Doña Ramírez – Morayma González
Don Mendo – Germán Anzola / Douglas Guerrero
Don Pero- Yxel Yánez
Abad/Azofaifa - Ángela Marrero
Moncada - José Rafael González
Reina – Yuleima Mata
Rey - Harold Mota


Caracas. Especial.- La Venganza de Don Mendo, original de Pedro Muñoz Seca, es una obra que abunda en juegos de palabras y golpes de humor. Su éxito fue tan grande que, hoy en día, es la cuarta obra más representada de todos los tiempos en España junto con Don Juan Tenorio, Fuenteovejuna y La vida es sueño.

Después del ingenioso montaje exhibido en los años 70 por el director y actor Carlos Giménez, el Centro de Directores para el Nuevo Teatro la trae a Venezuela para presentar su segunda temporada en la Sala Experimental del Centro Cultural BOD-Corp Banca. La Venganza de Don Mendo: enredos medievales es una parodia de la España medieval, en la que se muestran personajes desvalorizados y mediocres, víctimas de sus amores e intrigas.

Ésta obra está basada en la versión de Miguel Otero Silva, que además de buen escritor era un genio del humor. Otero Silva presenta una visión criolla de Don Mendo, aderanzándolo con elementos típicos de la idiosincrasia y viveza venezolana, lo que provoca la conexión directa de los espectadores.

El lenguaje, aunque castellano antiguo, también es el resultado de la inteligencia literaria de Otero Silva, quien en refrescantes versos narra la vida de este noble quien jura vengar su honor, tras haber sido traicionado por su amada.

Para Daniel Uribe, director de la pieza, La Venganza de Don Mendo: es una historia clásica contada desde una realidad contemporánea. Uribe presenta a los espectadores una propuesta ecléctica en la cual se pone de manifiesto que lo que pasó hace siglos y lo que pasa hoy, es igual.

Como director, Uribe se vale de un escenario minimalista para mostrar su ingenio. “En esta obra quise manejar el espacio vacío para darle más énfasis al actor como eje principal de todo el espectáculo”, afirma.

El enredo así comienza. Don Nuño tiene una hija, Magdalena, a quien obliga a casar con Don Pero, Duque de Toro. Ella tiene amores con Don Mendo, que aunque noble es pobre pero igual le recibe en su cuarto de la torre, para darle amores. En su sed de grandeza, a Magdalena le atrae mucho más la idea de un matrimonio con el rico Don Pero, pero no le disgusta la idea de seducir al Rey. Don Pero descubre a Don Mendo en los aposentos de Magdalena; y éste, para no delatarla, confiesa que subió a robar, y es enviado a prisión y condenado a muerte por la traición de su amada. Tras ser rescatado por el Marqués de Moncada se dedica a planificar minuciosamente su venganza. Abandona su identidad para convertirse en un hombre nuevo, Renato, un trovador errante. A partir de ahora Don Mendo (Renato) tan sólo vive para vengarse de Magdalena.

Las entradas pueden ser adquiridas a través de la página web https://www.ticketmundo.com/default.aspxy y en las taquillas de Centro Cultural CorpBanca. Los números del teatro son: 0212-2062149/ 2061149 y las entradas tienen un costo de BsF. 140

La Venganza de Don Mendo: es el resultado del taller montaje organizado por el Centro de Directores para el Nuevo Teatro, un espacio de formación y plataforma de trabajo para la generación de relevo del teatro venezolano.

LAS CRIADAS. De Jean Genet. Del 3 al 5 de febrero 2012


Caracas, Especial.
Pathmon Producciones
10 años soñando, creando y representando al teatro venezolano.
Pathmon: anima, interviene y transforma.
LAS CRIADAS. De Jean Genet.
Del 3 al 5 de febrero de 2012.
Teatro Alberto de Paz y Mateos.
Entrada libre.

La A.C. Pathmon Producciones arriba a sus 10 años de actividad artística en Venezuela. Esta agrupación artística integral fue creada con la misión de desarrollar programas, proyectos y propuestas que logren el Desarrollo Cultural de nuestro país. De igual manera tiene el compromiso de dar a conocer a la sociedad venezolana y a la región latinoamericana y mundial el trabajo de creación de jóvenes actores, directores, productores, escenógrafos, músicos y luminotécnicos, y así lograr que en la justa medida los valore. Sus líneas de acción son: promoción, producción y formación.
Creadores del Festival Teatral de Autor FESTEA, festival de proyección internacional y del Festival Musical SOLO LETRA. Sus integrantes son especialistas en Letras, Música, Derecho, Artes Escénicas: creadores del Programa de Gerencia Teatral Creativa. Han impartido talleres y ponencias en la Universidad de Costa Rica, Sede del Pacífico, Universidad Complutense de Madrid, España. Universidad de Morón, en Argentina, Universidad Autónoma de Chihuahua, en México, Universidad Ricardo Palma, en Perú, Universidad Santiago de Cali, Colombia. Forman parte del Congreso Iberoamericano de Teatro Universitario organizado por la AIATU. En Venezuela los integrantes de la asociación han dictado talleres y ponencias en Universidad Central de Venezuela, ISUM, Universidad Nacional de las Artes y Universidad Católica Andrés Bello. Así como en la Escuela Nacional de Artes Escénicas César Rengifo. En este sentido desde el 28 de enero de 2002 iniciaron sus actividades.

Por todo ello queremos seguir con la programación, que con el apoyo del IAEM, se llevará a cabo en el Teatro Alberto de Paz y Mateos. Pathmon Producciones presentará: LAS CRIADAS, de Jean Genet. Una historia que nos muestra a dos criadas atrapadas en sus propias imágenes distorsionadas, atrapadas en el laberinto de espejos de la condición humana. El autor nos expresa el sentimiento de impotencia y soledad del ser humano: en las voces de Clara y Soledad, todo ello a través de una historia erótica, escatológica, escabrosa y profundamente poética. Su teatro es una danza de la muerte en la que los personajes son abolidos; reemplazados por símbolos. Genet nos contagia de su perversidad para librarse de ella. “Las Criadas” es una obra en donde lo ritual y lo dramático se mezclan para introducir al espectador en una atmósfera de suspenso.

Con las actuaciones de Yohana Bello, Maigualida Gamero y José Gregorio Franquiz. Dirección General: José Gregorio Franquiz.

Los esperamos: el VIERNES 3 DE FEBRERO DE 2012. Hora 7 pm. El SÁBADO 4 Y EL DOMINGO 5 DE FEBRERO A LAS 6 PM EN TEATRO ALBERTO DE PAZ Y MATEOS. Av. Andrés Bello. Prolongación Av. Los Manolos. Urb. Las Palmas. (Subiendo por Pollos Hermanos Riviera). Vigilancia. Entrada libre.

Pathmon te invita a seguirnos a través de las redes sociales. Escríbenos a través de: pathmonproducciones@gmail.com, puedes seguir la programación con más detalle en: http://pathmonproducciones.blogspot.com . En Twitter: @pathmonp. Y en Facebook: A.C. PATHMON PRODUCCIONES. Pathmon: anima, interviene y transforma. Tlf. 0412-595-13-26.

lunes, 30 de enero de 2012

Desde mi butaca: Los transexuales también piensan


Los transexuales también piensan.
por Bruno Mateo


Obra: Novia en rojo
Autor: Edgar Moreno Uribe
Dirección general: José Gregorio Cabello
Actor: José Gregorio Becerra
Grupo: Teatro del Baco.
Fecha: domingo 29 de enero de 2012.
Lugar: sala de teatro 2 del Celarg, Altamira, Caracas.

Si un ser humano en una sociedad regida por un sistema cultural preestablecido y, que cumple con la normativa, muchas veces entra en conflicto hasta tal punto de querer cambiar los cánones, qué será de aquellas personas que ni siquiera se ven cómodas con su propia identidad de género; esta es la premisa del montaje de Novia en rojo del periodista Edgar Moreno Uribe, quien utiliza la vida del escritor (en sus primeros años) y luego escritora merideña Esdras Parras (1930-2012) para indagar en el mudo de la transexualidad, casi siempre, estigmatizado por la cultura heterosexista. El texto que está escrito en el género del reportaje-crónica hace que el montaje de la pieza sea distinto a lo que nos tiene acostumbrado el negocio actual del teatro venezolano (en la mayoría de los casos) donde se exige que aparezca una persona que actúe en televisión y cuyo texto, a juro, nos haga reír.

El trabajo de puesta en escena de José Gregorio Cabello es clásico, movimientos pausados, planta de movimientos básica, en forma triangular, el manejo del personaje Esdras fue tratado con mucho respeto, sin amaneramientos exagerados ni nada de “plumas y lentejuelas” muy acordes a la realidad ficcional de “Esdras” quien era una escritora intelectual, tal vez, se podría incluir más actividades para darle más dinamismo al montaje. El juego entre la actuación en vivo con la actuación en video está dentro de la actualidad que exige la utilización de imágenes y sonidos virtuales para atraer la atención del espectador. El primer acierto que tuvo Cabello fue la escogencia del actor José Gregorio Becerra por el parecido a la poeta Esdras Parras. Aquí se debe felicitar a Becerra por la respetuosa y digna interpretación del transexual intelectual venezolano.

El discurso de Moreno Uribe, a través de su personaje, es áspero para los oídos porque te lleva, justo a la raíz del problema de la doble moral y de la apariencia. Es interesante ver cómo a Esdras, quien pertenecía al círculo intelectual del Consejo nacional de la cultura y de pensadores de avanzada, que se supone son mentes abiertas a las revoluciones culturales y que son proclives a los cambios, se le censuró y se le criticó mordazmente, haciendo que ella, se refugiará en el poder intelectual que tuvo porque mucho de sus “amigos” le dieron la espalda cuando decidió cambiarse de sexo en Londres a la edad de los cuarenta y pico. Venezuela no estaba preparada, ¿lo estará hoy día?, para asumir la transexualidad en alguien inteligente y preparado en literatura y filosofía de la Ucv. El montaje atinó en el proceso de la construcción del personaje, el cual fue estudiado e investigado mucho antes de su presentación al público, eso se nota en el producto final.

Puedo concluir que este montaje es diferente, no hay que ir con ninguna predisposición de ver lo que se quiere ver, Se hace necesario abrirse, primero, a un texto dramático que laxa con la crónica reportaje y el periodismo de investigación, segundo a un transexual inteligente, culto y que va más allá de las etiquetas de la sexualidad.

Esta es una puesta para ser comentada porque se hace necesario que el Estado venezolano asuma, de una vez y por todas, una ley que proteja a la comunidad sexodiversa.

sábado, 28 de enero de 2012

El ojo Silva





por Roberto Bolaño (Santiago de Chile 1953-Barcelona ,España 2003)

Lo que son las cosas, Mauricio Silva, llamado el Ojo, siempre intentó escapar de la violencia aun a riesgo de ser considerado un cobarde, pero de la violencia, de la verdadera violencia, no se puede escapar, al menos no nosotros, los nacidos en Latinoamérica en la década del cincuenta, los que rondábamos los veinte años cuando murió Salvador Allende.


El caso del Ojo es paradigmático y ejemplar y tal vez no sea ocioso volver a recordarlo, sobre todo cuando ya han pasado tantos años.


En enero de 1974, cuatro meses después del golpe de Estado, el Ojo Silva se marchó de Chile. Primero estuvo en Buenos Aires, luego los malos vientos que soplaban en la vecina república lo llevaron a México en donde vivió un par de años y en donde lo conocí.


No era como la mayoría de los chilenos que por entonces vivían en el D.F.: no se vanagloriaba de haber participado en una resistencia más fantasmal que real, no frecuentaba los círculos de exiliados.


Nos hicimos amigos y solíamos encontrarnos una vez a la semana, por lo menos, en el café La Habana, de Bucareli, o en mi casa de la calle Versalles en donde yo vivía con mi madre y con mi hermana. Los primeros meses el Ojo Silva sobrevivió a base de tareas esporádicas y precarias, luego consiguió trabajo como fotógrafo de un periódico del D.F. No recuerdo qué periódico era, tal vez El Sol, si alguna vez existió en México un periódico de ese nombre, tal vez El Universal; yo hubiera preferido que fuera El Nacional, cuyo suplemento cultural dirigía el viejo poeta español Juan Rejano, pero en El Nacional no fue porque yo trabajé allí y nunca vi al Ojo en la redacción. Pero trabajó en un periódico mexicano, de eso no me cabe la menor duda, y su situación económica mejoró, al principio imperceptiblemente, porque el Ojo se había acostumbrado a vivir de forma espartana, pero si uno afinaba la mirada podía apreciar señales inequívocas que hablaban de un repunte económico.


Los primeros meses en el D.F., por ejemplo, lo recuerdo vestido con sudaderas. Los últimos ya se había comprado un par de camisas e incluso una vez lo vi con corbata, una prenda que nosotros, es decir mis amigos poetas y yo, no usábamos nunca. De hecho, el único personaje encorbatado que alguna vez se sentó a nuestra mesa del café Quito, en la avenida Bucareli, fue el Ojo.


Por aquellos días se decía que el Ojo Silva era homosexual. Quiero decir: en los círculos de exiliados chilenos corría ese rumor, en parte como manifestación de maledicencia y en parte como un nuevo chisme que alimentaba la vida más bien aburrida de los exiliados, gente de izquierda que pensaba, al menos de cintura para abajo, exactamente igual que la gente de derecha que en aquel tiempo se enseñoreaba de Chile.


Una vez vino el Ojo a comer a mi casa. Mi madre lo apreciaba y el Ojo correspondía al cariño haciendo de vez en cuando fotos de la familia, es decir de mi madre, de mi hermana, de alguna amiga de mi madre y de mí. A todo el mundo le gusta que lo fotografíen, me dijo una vez. A mí me daba igual, o eso creía, pero cuando el Ojo dijo eso estuve pensando durante un rato en sus palabras y terminé por darle la razón. Sólo a algunos indios no les gustan las fotos, dijo. Mi madre creyó que el Ojo estaba hablando de los mapuches, pero en realidad hablaba de los indios de la India, de esa India que tan importante iba a ser para él en el futuro.


Una noche me lo encontré en el café Quito. Casi no había parroquianos y el Ojo estaba sentado junto a los ventanales que daban a Bucareli con un café con leche servido en vaso, esos vasos grandes de vidrio grueso que tenía el Quito y que nunca más he vuelto a ver en un establecimiento público. Me senté junto a él y estuvimos charlando durante un rato. Parecía translúcido. Esa fue la impresión que tuve. El Ojo parecía de cristal, y su cara y el vaso de vidrio de su café con leche parecían intercambiar señales, como si se acabaran de encontrar, dos fenómenos incomprensibles en el vasto universo, y trataran con más voluntad que esperanza de hallar un lenguaje común.


Esa noche me confesó que era homosexual, tal como propagaban los exiliados, y que se iba de México. Por un instante creí entender que se marchaba porque era homosexual. Pero no, un amigo le había conseguido un trabajo en una agencia de fotógrafos de París y eso era algo con lo que siempre había soñado. Tenía ganas de hablar y yo lo escuché. Me dijo que durante algunos años había llevado con ¿pesar?, ¿discreción?, su inclinación sexual, sobre todo porque él se consideraba de izquierdas y los compañeros veían con cierto prejuicio a los homosexuales. Hablamos de la palabra invertido (hoy en desuso) que atraía como un imán paisajes desolados, y del término colisa, que yo escribía con ese y que el Ojo pensaba se escribía con zeta.


Recuerdo que terminamos despotricando contra la izquierda chilena y que en algún momento yo brindé por los luchadores chilenos errantes, una fracción numerosa de los luchadores latinoamericanos errantes, entelequia compuesta de huérfanos que, como su nombre indica, erraban por el ancho mundo ofreciendo sus servicios al mejor postor, que casi siempre, por lo demás, era el peor. Pero después de reírnos el Ojo dijo que la violencia no era cosa suya. Tuya sí, me dijo con una tristeza que entonces no entendí, pero no mía. Detesto la violencia. Yo le aseguré que sentía lo mismo. Después nos pusimos a hablar de otras cosas, libros, películas, y ya no nos volvimos a ver.


Un día supe que el Ojo se había marchado de México. Me lo comunicó un antiguo compañero suyo del periódico. No me pareció extraño que no se hubiera despedido de mí. El Ojo nunca se despedía de nadie. Yo nunca me despedía de nadie. Mis amigos mexicanos nunca se despedían de nadie. A mi madre, sin embargo, le pareció un gesto de mala educación.


Dos o tres años después yo también me marché de México. Estuve en París, lo busqué (si bien no con excesivo ahínco), no lo encontré. Con el paso del tiempo empecé a olvidar hasta su rostro, aunque siempre persistió en mi memoria una forma de acercarse, un estar, una forma de opinar desde cierta distancia y desde cierta tristeza nada enfática que asociaba con el Ojo Silva, un Ojo Silva que ya no tenía rostro o que había adquirido un rostro de sombras, pero que aún mantenía lo esencial, la memoria de su movimiento, una entidad casi abstracta pero en donde no cabía la quietud.


Pasaron los años. Muchos años. Algunos amigos murieron. Yo me casé, tuve un hijo, publiqué algunos libros.


En cierta ocasión tuve que ir a Berlín. La última noche, después de cenar con Heinrich von Berenberg y su familia, cogí un taxi (aunque usualmente era Heinrich el que cada noche me iba a dejar al hotel) al que ordené que se detuviera antes porque quería pasear un poco. El taxista (un asiático ya mayor que escuchaba a Beethoven) me dejó a unas cinco cuadras del hotel. No era muy tarde aunque casi no había gente por las calles. Atravesé una plaza. Sentado en un banco estaba el Ojo. No lo reconocí hasta que él me habló. Dijo mi nombre y luego me preguntó cómo estaba. Entonces me di la vuelta y lo miré durante un rato sin saber quién era. El Ojo seguía sentado en el banco y sus ojos me miraban y luego miraban el suelo o a los lados, los árboles enormes de la pequeña plaza berlinesa y las sombras que lo rodeaban a él con más intensidad (eso creí entonces) que a mí. Di unos pasos hacia él y le pregunté quién era. Soy yo, Mauricio Silva, dijo. ¿El Ojo Silva de Chile?, dije yo. Él asintió y sólo entonces lo vi sonreír.


Aquella noche conversamos casi hasta que amaneció. El Ojo vivía en Berlín desde hacía algunos años y sabía encontrar los bares que permanecían abiertos toda la noche. Le pregunté por su vida. A grandes rasgos me hizo un dibujo de los avatares del fotógrafo free lancer. Había tenido casa en París, en Milán y ahora en Berlín, viviendas modestas en donde guardaba los libros y de las que se ausentaba durante largas temporadas. Sólo cuando entramos al primer bar pude apreciar cuánto había cambiado. Estaba mucho más flaco, el pelo entrecano y la cara surcada de arrugas. Noté asimismo que bebía mucho más que en México. Quiso saber cosas de mí. Por supuesto, nuestro encuentro no había sido casual. Mi nombre había aparecido en la prensa y el Ojo lo leyó o alguien le dijo que un compatriota suyo daba una lectura o una conferencia a la que no pudo ir, pero llamó por teléfono a la organización y consiguió las señas de mi hotel. Cuando lo encontré en la plaza sólo estaba haciendo tiempo, dijo, y reflexionando a la espera de mi llegada.


Me reí. Reencontrarlo, pensé, había sido un acontecimiento feliz. El Ojo seguía siendo una persona rara y sin embargo asequible, alguien que no imponía su presencia, alguien al que le podías decir adiós en cualquier momento de la noche y él sólo te diría adiós, sin un reproche, sin un insulto, una especie de chileno ideal, estoico y amable, un ejemplar que nunca había abundado mucho en Chile pero que sólo allí se podía encontrar.


Releo estas palabras y sé que peco de inexactitud. El Ojo jamás se hubiera permitido estas generalizaciones. En cualquier caso, mientras estuvimos en los bares, sentados delante de un whisky y de una cerveza sin alcohol, nuestro diálogo se desarrolló básicamente en el terreno de las evocaciones, es decir fue un diálogo informativo y melancólico. El diálogo, en realidad el monólogo, que de verdad me interesa es el que se produjo mientras volvíamos a mi hotel, a eso de las dos de la mañana.


La casualidad quiso que se pusiera a hablar (o que se lanzara a hablar) mientras atravesábamos la misma plaza en donde unas horas antes nos habíamos encontrado. Recuerdo que hacía frío y que de repente escuché que el Ojo me decía que le gustaría contarme algo que nunca antes le había contado a nadie. Lo miré. El Ojo tenía la vista puesta en el sendero de baldosas que serpenteaba por la plaza. Le pregunté de qué se trataba. De un viaje, contestó en el acto. ¿Y qué pasó en ese viaje?, le pregunté. Entonces el Ojo se detuvo y durante unos instantes pareció existir sólo para contemplar las copas de los altos árboles alemanes y los fragmentos de cielo y nubes que bullían silenciosamente por encima de éstos.


Algo terrible, dijo el Ojo. ¿Tú te acuerdas de una conversación que tuvimos en el Quito antes de que me marchara de México? Sí, dije. ¿Te dije que era gay?, dijo el Ojo. Me dijiste que eras homosexual, dije yo. Sentémonos, dijo el Ojo.


Juraría que lo vi sentarse en el mismo banco, como si yo aún no hubiera llegado, aún no hubiera empezado a cruzar la plaza, y él estuviera esperándome y reflexionando sobre su vida y sobre la historia que el destino o el azar lo obligaba a contarme. Alzó el cuello de su abrigo y empezó a hablar. Yo encendí un cigarrillo y permanecí de pie. La historia del Ojo transcurría en la India. Su oficio y no la curiosidad de turista lo había llevado hasta allí, en donde tenía que realizar dos trabajos. El primero era el típico reportaje urbano, una mezcla de Marguerite Duras y Hermann Hesse, el Ojo y yo sonreímos, hay gente así, dijo, gente que quiere ver la India a medio camino entre India Song y Sidharta, y uno está para complacer a los editores. Así que el primer reportaje había consistido en fotos donde se vislumbraban casas coloniales, jardines derruidos, restaurantes de todo tipo, con predominio más bien del restaurante canalla o del restaurante de familias que parecían canallas y sólo eran indias, y también fotos del extrarradio, las zonas verdaderamente pobres, y luego el campo y las vías de comunicación, carreteras, empalmes ferroviarios, autobuses y trenes que entraban y salían de la ciudad, sin olvidar la naturaleza como en estado latente, una hibernación ajena al concepto de hibernación occidental, árboles distintos a los árboles europeos, ríos y riachuelos, campos sembrados o secos, el territorio de los santos, dijo el Ojo.


El segundo reportaje fotográfico era sobre el barrio de las putas de una ciudad de la India cuyo nombre no conoceré nunca.


Aquí empieza la verdadera historia del Ojo. En aquel tiempo aún vivía en París y sus fotos iban a ilustrar un texto de un conocido escritor francés que se había especializado en el submundo de la prostitución. De hecho, su reportaje sólo era el primero de una serie que comprendería barrios de tolerancia o zonas rojas de todo el mundo, cada una fotografiada por un fotógrafo diferente, pero todas comentadas por el mismo escritor.


No sé a qué ciudad llegó el Ojo, tal vez Bombay, Calcuta, tal vez Benarés o Madrás, recuerdo que se lo pregunté y que él ignoró mi pregunta. Lo cierto es que llegó a la India solo, pues el escritor francés ya tenía escrita su crónica y él únicamente debía ilustrarla, y se dirigió a los barrios que el texto del francés indicaba y comenzó a hacer fotografías. En sus planes -y en los planes de sus editores- el trabajo y por lo tanto la estadía en la India no debía prolongarse más allá de una semana. Se hospedó en un hotel en una zona tranquila, una habitación con aire acondicionado y con una ventana que daba a un patio que no pertenecía al hotel y en donde había dos árboles y una fuente entre los árboles y parte de una terraza en donde a veces aparecían dos mujeres seguidas o precedidas de varios niños. Las mujeres vestían a la usanza india, o lo que para el Ojo eran vestimentas indias, pero a los niños incluso una vez los vio con corbatas. Por las tardes se desplazaba a la zona roja y hacía fotos y charlaba con las putas, algunas jovencísimas y muy hermosas, otras un poco mayores o más estropeadas, con pinta de matronas escépticas y poco locuaces. El olor, que al principio más bien lo molestaba, terminó gustándole. Los chulos (no vio muchos) eran amables y trataban de comportarse como chulos occidentales o tal vez (pero esto lo soñó después, en su habitación de hotel con aire acondicionado) eran estos últimos quienes habían adoptado la gestualidad de los chulos hindúes.


Una tarde lo invitaron a tener relación carnal con una de las putas. Se negó educadamente. El chulo comprendió en el acto que el Ojo era homosexual y a la noche siguiente lo llevó a un burdel de jóvenes maricas. Esa noche el Ojo enfermó. Ya estaba dentro de la India y no me había dado cuenta, dijo estudiando las sombras del parque berlinés. ¿Qué hiciste?, le pregunté. Nada. Miré y sonreí. Y no hice nada. Entonces a uno de los jóvenes se le ocurrió que tal vez al visitante le agradara visitar otro tipo de establecimiento. Eso dedujo el Ojo, pues entre ellos no hablaban en inglés. Así que salieron de aquella casa y caminaron por calles estrechas e infectas hasta llegar a una casa cuya fachada era pequeña pero cuyo interior era un laberinto de pasillos, habitaciones minúsculas y sombras de las que sobresalía, de tanto en tanto, un altar o un oratorio.


Es costumbre en algunas partes de la India, me dijo el Ojo mirando el suelo, ofrecer un niño a una deidad cuyo nombre no recuerdo. En un arranque desafortunado le hice notar que no sólo no recordaba el nombre de la deidad sino que tampoco el nombre de la ciudad ni el de ninguna persona de su historia. El Ojo me miró y sonrió. Trato de olvidar, dijo.


En ese momento me temí lo peor, me senté a su lado y durante un rato ambos permanecimos con los cuellos de nuestros abrigos levantados y en silencio. Ofrecen un niño a ese dios, retomó su historia tras escrutar la plaza en penumbras, como si temiera la cercanía de un desconocido, y durante un tiempo que no sé mensurar el niño encarna al dios. Puede ser una semana, lo que dure la procesión, un mes, un año, no lo sé. Se trata de una fiesta bárbara, prohibida por las leyes de la república india, pero que se sigue celebrando. Durante el transcurso de la fiesta el niño es colmado de regalos que sus padres reciben con gratitud y felicidad, pues suelen ser pobres. Terminada la fiesta el niño es devuelto a su casa, o al agujero inmundo donde vive y todo vuelve a recomenzar al cabo de un año.


La fiesta tiene la apariencia de una romería latinoamericana, sólo que tal vez es más alegre, más bulliciosa y probablemente la intensidad de los que participan, de los que se saben participantes, sea mayor. Con una sola diferencia. Al niño, días antes de que empiecen los festejos, lo castran. El dios que se encarna en él durante la celebración exige un cuerpo de hombre -aunque los niños no suelen tener más de siete años- sin la mácula de los atributos masculinos. Así que los padres lo entregan a los médicos de la fiesta o a los barberos de la fiesta o a los sacerdotes de la fiesta y éstos lo emasculan y cuando el niño se ha recuperado de la operación comienza el festejo. Semanas o meses después, cuando todo ha acabado, el niño vuelve a casa, pero ya es un castrado y los padres lo rechazan. Y entonces el niño acaba en un burdel. Los hay de todas clases, dijo el Ojo con un suspiro. A mí, aquella noche, me llevaron al peor de todos.


Durante un rato no hablamos. Yo encendí un cigarrillo. Después el Ojo me describió el burdel y parecía que estaba describiendo una iglesia. Patios interiores techados. Galerías abiertas. Celdas en donde gente a la que tú no veías espiaba todos tus movimientos. Le trajeron a un joven castrado que no debía tener más de diez años. Parecía una niña aterrorizada, dijo el Ojo. Aterrorizada y burlona al mismo tiempo. ¿Lo puedes entender? Me hago una idea, dije. Volvimos a enmudecer. Cuando por fin pude hablar otra vez dije que no, que no me hacía ninguna idea. Ni yo, dijo el Ojo. Nadie se puede hacer una idea. Ni la víctima, ni los verdugos, ni los espectadores. Sólo una foto.


¿Le sacaste una foto?, dije. Me pareció que el Ojo era sacudido por un escalofrío. Saqué mi cámara, dijo, y le hice una foto. Sabía que estaba condenándome para toda la eternidad, pero lo hice.


Ignoro cuánto rato estuvimos en silencio. Sé que hacía frío pues yo en algún momento me puse a temblar. A mi lado oí sollozar al Ojo un par de veces, pero preferí no mirarlo. Vi los faros de un coche que pasaba por una de las calles laterales de la plaza. A través del follaje vi encenderse una ventana.


Después el Ojo siguió hablando. Dijo que el niño le había sonreído y luego se había escabullido mansamente por una de los pasillos de aquella casa incomprensible. En algún momento uno de los chulos le sugirió que si allí no había nada de su agrado se marcharan. El Ojo se negó. No podía irse. Se lo dijo así: no puedo irme todavía. Y era verdad, aunque él desconocía qué era aquello que le impedía abandonar aquel antro para siempre. El chulo, sin embargo, lo entendió y pidieron té o un brebaje parecido. El Ojo recuerda que se sentaron en el suelo, sobre unas esteras o sobre unas alfombrillas estropeadas por el uso. La luz provenía de un par de velas. Sobre la pared colgaba un póster con la efigie del dios. Durante un rato el Ojo miró al dios y al principio se sintió atemorizado, pero luego sintió algo parecido a la rabia, tal vez al odio.


Yo nunca he odiado a nadie, dijo mientras encendía un cigarrillo y dejaba que la primera bocanada se perdiera en la noche berlinesa.

En algún momento, mientras el Ojo miraba la efigie del dios, aquellos que lo acompañaban desaparecieron. Se quedó solo con una especie de puto de unos veinte años que hablaba inglés. Y luego, tras unas palmadas, reapareció el niño. Yo estaba llorando, o yo creía que estaba llorando, o el pobre puto creía que yo estaba llorando, pero nada era verdad. Yo intentaba mantener una sonrisa en la cara (una cara que ya no me pertenecía, una cara que se estaba alejando de mí como una hoja arrastrada por el viento), pero en mi interior lo único que hacía era maquinar. No un plan, no una forma vaga de justicia, sino una voluntad.

Y después el Ojo y el puto y el niño se levantaron y recorrieron un pasillo mal iluminado y otro pasillo peor iluminado (con el niño a un lado del Ojo, mirándolo, sonriéndole, y el joven puto también le sonreía, y el Ojo asentía y prodigaba ciegamente las monedas y los billetes) hasta llegar a una habitación en donde dormitaba el médico y junto a él otro niño con la piel aún más oscura que la del niño castrado y menor que éste, tal vez seis años o siete, y el Ojo escuchó las explicaciones del médico o del barbero o del sacerdote, unas explicaciones prolijas en donde se mencionaba la tradición, las fiestas populares, el privilegio, la comunión, la embriaguez y la santidad, y pudo ver los instrumentos quirúrgicos con que el niño iba a ser castrado aquella madrugada o la siguiente, en cualquier caso el niño había llegado, pudo entender, aquel mismo día al templo o al burdel, una medida preventiva, una medida higiénica, y había comido bien, como si ya encarnara al dios, aunque lo que el Ojo vio fue un niño que lloraba medio dormido y medio despierto, y también vio la mirada medio divertida y medio aterrorizada del niño castrado que no se despegaba de su lado. Y entonces el Ojo se convirtió en otra cosa, aunque la palabra que él empleó no fue "otra cosa" sino "madre".


Dijo madre y suspiró. Por fin. Madre.


Lo que sucedió a continuación de tan repetido es vulgar: la violencia de la que no podemos escapar. El destino de los latinoamericanos nacidos en la década de los cincuenta. Por supuesto, el Ojo intentó sin gran convicción el diálogo, el soborno, la amenaza. Lo único cierto es que hubo violencia y poco después dejó atrás las calles de aquel barrio como si estuviera soñando y transpirando a mares. Recuerda con viveza la sensación de exaltación que creció en su espíritu, cada vez mayor, una alegría que se parecía peligrosamente a algo similar a la lucidez, pero que no era (no podía ser) lucidez. También: la sombra que proyectaba su cuerpo y las sombras de los dos niños que llevaba de la mano sobre los muros descascarados. En cualquier otra parte hubiera concitado la atención. Allí, a aquella hora, nadie se fijó en él.


El resto, más que una historia o un argumento, es un itinerario. El Ojo volvió al hotel, metió sus cosas en la maleta y se marchó con los niños. Primero en un taxi hasta una aldea o un barrio de las afueras. Desde allí en un autobús hasta otra aldea en donde cogieron otro autobús que los llevó a otra aldea. En algún punto de su fuga se subieron a un tren y viajaron toda la noche y parte del día. El Ojo recordaba el rostro de los niños mirando por la ventana un paisaje que la luz de la mañana iba deshilachando, como si nunca nada hubiera sido real salvo aquello que se ofrecía, soberano y humilde, en el marco de la ventana de aquel tren misterioso.


Después cogieron otro autobús, y un taxi, y otro autobús, y otro tren, y hasta hicimos dedo, dijo el Ojo mirando la silueta de los árboles berlineses pero en realidad mirando la silueta de otros árboles, innombrables, imposibles, hasta que finalmente se detuvieron en una aldea en alguna parte de la India y alquilaron una casa y descansaron.


Al cabo de dos meses el Ojo ya no tenía dinero y fue caminando hasta otra aldea desde donde envió una carta al amigo que entonces tenía en París. Al cabo de quince días recibió un giro bancario y tuvo que ir a cobrarlo a un pueblo más grande, que no era la aldea desde la que había mandado la carta ni mucho menos la aldea en donde vivía. Los niños estaban bien. Jugaban con otros niños, no iban a la escuela y a veces llegaban a casa con comida, hortalizas que los vecinos les regalaban. A él no lo llamaban padre, como les había sugerido más que nada como una medida de seguridad, para no atraer la atención de los curiosos, sino Ojo, tal como le llamábamos nosotros. Ante los aldeanos, sin embargo, el Ojo decía que eran sus hijos. Se inventó que la madre, india, había muerto hacía poco y él no quería volver a Europa. La historia sonaba verídica. En sus pesadillas, no obstante, el Ojo soñaba que en mitad de la noche aparecía la policía india y lo detenían con acusaciones indignas. Solía despertar temblando. Entonces se acercaba a las esterillas en donde dormían los niños y la visión de éstos le daba fuerzas para seguir, para dormir, para levantarse.


Se hizo agricultor. Cultivaba un pequeño huerto y en ocasiones trabajaba para los campesinos ricos de la aldea. Los campesinos ricos, por supuesto, en realidad eran pobres, pero menos pobres que los demás. El resto del tiempo lo dedicaba a enseñar inglés a los niños, y algo de matemáticas, y a verlos jugar. Entre ellos hablaban en un idioma incomprensible. A veces los veía detener los juegos y caminar por el campo como si de pronto se hubieran vuelto sonámbulos. Los llamaba a gritos. A veces los niños fingían no oírlo y seguían caminando hasta perderse. Otras veces volvían la cabeza y le sonreían.


¿Cuánto tiempo estuviste en la India?, le pregunté alarmado.

Un año y medio, dijo el Ojo, aunque a ciencia cierta no lo sabía.

En una ocasión su amigo de París llegó a la aldea. Todavía me quería, dijo el Ojo, aunque en mi ausencia se había puesto a vivir con un mecánico argelino de la Renault. Se rió después de decirlo. Yo también me reí. Todo era tan triste, dijo el Ojo. Su amigo que llegaba a la aldea a bordo de un taxi cubierto de polvo rojizo, los niños corriendo detrás de un insecto, en medio de unos matorrales secos, el viento que parecía traer buenas y malas noticias.


Pese a los ruegos del francés no volvió a París. Meses después recibió una carta de éste en donde le comunicaba que la policía india no lo perseguía. Al parecer la gente del burdel no había interpuesto denuncia alguna. La noticia no impidió que el Ojo siguiera sufriendo pesadillas, sólo cambió la vestimenta de los personajes que lo detenían y lo zaherían: en lugar de ser policías se convirtieron en esbirros de la secta del dios castrado. El resultado final era aún más horroroso, me confesó el Ojo, pero yo ya me había acostumbrado a las pesadillas y de alguna forma siempre supe que estaba en el interior de un sueño, que eso no era la realidad.


Después llegó la enfermedad a la aldea y los niños murieron. Yo también quería morirme, dijo el Ojo, pero no tuve esa suerte.


Tras convalecer en una cabaña que la lluvia iba destrozando cada día, el Ojo abandonó la aldea y volvió a la ciudad en donde había conocido a sus hijos. Con atenuada sorpresa descubrió que no estaba tan distante como pensaba, la huida había sido en espiral y el regreso fue relativamente breve. Una tarde, la tarde en que llegó a la ciudad, fue a visitar el burdel en donde castraban a los niños. Sus habitaciones se habían convertido en viviendas en donde se hacinaban familias enteras. Por los pasillos que recordaba solitarios y fúnebres ahora pululaban niños que apenas sabían andar y viejos que ya no podían moverse y se arrastraban. Le pareció una imagen del paraíso.


Aquella noche, cuando volvió a su hotel, sin poder dejar de llorar por sus hijos muertos, por los niños castrados que él no había conocido, por su juventud perdida, por todos los jóvenes que ya no eran jóvenes y por los jóvenes que murieron jóvenes, por los que lucharon por Salvador Allende y por los que tuvieron miedo de luchar por Salvador Allende, llamó a su amigo francés, que ahora vivía con un antiguo levantador de pesas búlgaro, y le pidió que le enviara un billete de avión y algo de dinero para pagar el hotel.


Y su amigo francés le dijo que sí, que por supuesto, que lo haría de inmediato, y también le dijo ¿qué es ese ruido?, ¿estás llorando?, y el Ojo dijo que sí, que no podía dejar de llorar, que no sabía qué le pasaba, que llevaba horas llorando. Y su amigo francés le dijo que se calmara. Y el Ojo se rió sin dejar de llorar y dijo que eso haría y colgó el teléfono. Y luego siguió llorando sin parar. -

Pélame esa Mandarina

Gustavo Efrén Porras Cardozo

Soy pequeña, perfumada y dulce.

¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! Me estás haciendo daño. No lo hagas, estás lastimándome. Me vas a tumbar, me caigo. Me mallugas… ¡Oh! Cómo he venido a menos. Mi familia paterna es apellidada Rutaceae, la materna es llamada Aurantioecea.
No entiendo porque mis padres son denominados con esos seudónimos de raíces latinas…Tal vez sea que se transculturizaron gracias a la influencia conquistadora de Alejandro Magno, a la expansión del Islam (los Omeyas se instalaron en España por ocho siglos), a la expedición de las Cruzadas, o la ida de Colón a la India llegando accidentalmente a unas tierras que años después llamaron América.

A mis hermanas la llaman: Citrus Reticulata, Citrus Unshir y Citrus Reshmi, en otras palabras: Las Clementinas, las Satsumas y Comunes. Así es como la llaman en la intimidad del hogar. Tenemos primas en diferentes países del Mundo pero me gusta mucho mi primo Tangerine, aunque no nos entendemos cuando hablamos: Él habla la lengua Árabe y yo el Mandarín. El problema más grande se presenta cuando empiezan a hablar sobre sexo, específicamente del mío, deberían mencionarme como femenina, pero no, cuando dialogan sobre mí, dicen: Es del Género Citrus y luego, me caracterizan como “Ácida y Dulce” al mismo tiempo. Otros conversan que soy un Hesperidio, una baya modificada, carnosa y simple, casi siempre obtenida de cítricos.

Soy bella, me bautizaron con ese nombre por el color del traje que levaban puestos los Mandarines, quienes eran unos funcionarios públicos de mucho poder en el Imperio Chino, cuyos trajes eran parecidos al color brillante de mi piel. Soy la Citrus más consumida en el mundo e introducida en el Mediterráneo Europeo desde 1828 para su producción alimenticia.
Algún día me casaré y tendré muchos hijos, llenos de vitamina “C” y con mucho “Potasio” los cuales nacerán por semillas, mis hermanas son miedosas y opinan lo contrario. Ellas quieren tener a los suyos por “Cesárea” o mejor dicho por “Inseminación Artificial”, pero, en la Clínica del Conuco, lo llaman: “Parto por Injerto”.

¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! Me están tumbando, ¡Ay! Me caí…
¡Apúrate!
Túmbala! ¡
Túmbala! Que no se aporree.
¡Pélame esa Mandarina!

Caracas, julio 2011

viernes, 20 de enero de 2012

Cambios en Nuevo Alfabeto y Normas Gramaticales de la Rae


Entra en Vigencia Nuevo Alfabeto y Normas Gramaticales de la RAE

La Real Academia Española de la lengua informo el 01-01-2012 lo
siguiente:

1.- Definitivamente, las letras "ch" y "ll", quedan fuera
del alfabeto en español. Serán dígrafos, tal como la "rr". Este cambio
consiste en reducir el alfabeto, debido a que estas letras son
combinaciones de otras que ya están incluidas en el abecedario.

2.- La "y" griega se llamará (ye), v (uve) y w (uve doble). Debemos
perder la costumbre de señalar a la b, como larga, grande o alta,
tampoco de "Bolívar" o peor, "de burro". Nunca más debemos decir v
corta, chiquita, pequeña o "v de Venezuela" y menos "de vaca". Aunque
en el caso de la w, la RAE sugiere "uve doble", cuando nosotros la
llamamos doble v. El nombre uve se origina para distinguir oralmente
la b de la v, pues se pronuncian de la misma forma en nuestro idioma.
Al decir uve (v), nunca se confundirá con la b (be), de allí la
justificación para este cambio. En el caso de la y, es preferible el
sonido ye y no "y griega", por ser más sencillo de expresar y
diferenciarse totalmente de la vocal i, llamada comúnmente i latina o
i de iglesia.

3.- La conjunción disyuntiva "o" se escribirá siempre sin tilde.
Aunque muchos insistan (todavía) en colocarle la tilde (ó) en la
escritura corriente, únicamente se utilizaba en este caso: 5 ó 6 para
diferenciarla del número 506. Es decir, evitar la confusión entre la
letra o y el cero (0). Este uso diacrítico ya no tiene excusa; porque
hoy en día, gracias a la utilización de los computadores, la
conjunción "o" se diferencia visible y notoriamente del 0, según el
alegato de la RAE. Lo adecuado será; 5 o 6.

4.- La supresión del acento ortográfico en el adverbio solo y los
pronombres este, ese y aquel. Su uso no estará justificado, ni
siquiera en caso de ambigüedad. Ej. Voy solo al cine a ver películas
de terror ("solamente") o, Voy solo al cine a ver películas de terror
("solo, sin compañía"). Por consiguiente, a partir de ahora podrá
prescindirse de la tilde en estos casos, incluso en caso de doble
interpretación, pues cabe colocar perfectamente sinónimos (solamente o
únicamente, en el caso del adverbio solo). Ej. Voy únicamente (o
solamente) al cine a ver películas de terror.

En el caso de las palabras "guion", "hui", "Sion", "truhan" o "fie",
deben escribirse obligatoriamente sin tilde, (lo contrario será una
falta de ortografía).

5,. Los términos genéricos que se anteponen a nombres propios se
escribirán en minúscula: golfo de Venezuela, península de Araya, islas
Galápagos, etc.

6.- No será correcto escribir "piercing, catering, sexy, judo o
manager" (es decir:piercing, catering, sexy), si no se hace en cursiva
o entre comillas, para remarcar su origen extranjero, como es la norma
para este tipo de vocablos. Solo pueden escribirse sin cursiva, la
forma adaptada al idioma español de estas palabras: pirsin, cáterin,
sexi, yudo y mánayer. Otros ejemplos: smoking > esmoquin; camping >
campin; bricolage > bricolaje, entre otros.

7.- Los prefijos "ex", "anti" y pro" ya no estarán separadas de la
palabra que los precede. Ej. "Provida, expresidente,
anticonstitucional". Tradicionalmente "ex", "anti" y pro", debían
escribirse separados de la palabra que las precedía, pero ahora se
irán unidos, como el caso de "exesposa" y "provida".

Por lo tanto, no existen ex presidentes ni ex maridos, etc., pasaron a
ser "expresidentes" y "exmaridos" (junto, no separado). Únicamente las
expresiones compuestas como; alto comisionado, capitán general, podrán
utilizar los prefijos "ex" y "pro" en forma separada. Ej. Ex alto
comisionado, ex capitán general, pro derechos humanos, etcétera.

Igualmente varían las grafías de quórum por "cuórum", Qatar será
Catar, Iraq por Irak y Tchaikovski pasará a escribirse Chaikovski.

8.- Ya no se escribirá "Papa" con letra inicial mayúscula, para hablar
de la máxima autoridad de la Iglesia Católica, sino "papa", con
minúscula. Pueden escribirse en mayúscula solo, aunque no obligada,
cuando no van seguidos del nombre propio: "La recepción a Su Santidad
será en el palacio arzobispal". Sin embargo, es obligada la minúscula,
en este caso: "Esperamos la visita de su santidad Benedicto XVI".

9.- Se evitará la mayúscula inicial en "don", "doña", "fray", "santo",
"san", "excelencia", "señoría", "sor", "vuestra merced", aunque se
admite la mayúscula inicial en los tratamientos protocolarios de las
más altas dignidades (su santidad, su majestad, su excelencia).

10.- Los personajes de ficción irán siempre con mayúscula inicial
(Aureliano Buendía, Harry Potter, Mafalda) y también lo harán aquellos
formados por nombres comunes: "Caperucita Roja", "el Gato con Botas",
la "Cucarachita Martínez".

11.- Los vocablos como güisqui que es grafía correcta actual en
español equivalente a la palabra inglesa whisky o whiskey, y se
escribira : wiski.

miércoles, 18 de enero de 2012

Crónicas margariteñas: Juan Griego

Juan Griego.
por Alexis Alvarado S. (Bruno)
Caracas, enero 2012

Juan Griego tiene un encanto especial para mí, no tiene grandes centros comerciales, y de verdad, salir de Caracas con su Sambil, Millenium, Galerias para ir a meterse a La Vela o el Sambil de Margarita me da como un corto circuito cerebral; por ello, me agrada Juan Griego. Allí encuentras el camino de la fantasía, o sea, el bulevard de tiendas de las “Mil una noche”, no porque te vas a encontrar a Sherezade sino por la cantidad de árabes dueños de tiendas y comercios. Juan Griego, en lo comercial, es territorio del “bueno, bonito y barato”. Al entrar a cualquier establecimiento, ellos hablan en su idioma y si te están mentado la madre, tú ni cuentas te das. Pero, eso no sólo se limita a la “mano invisible” de Adam Smith. ¡Gracias a la Virgen del Valle! Frente a este mini bulevar está la playa, que los caraqueños a la moda no visitan porque no entra en los estándares de la aldea global, llena de embarcaciones y muchas aves de mar revoloteando. La arena es cálida. El agua fría. El sol cae directamente sobre mi cuerpo pálido (ya no tanto). Es una playa familiar. Muchos niños y niñas. Los tipos con una botella de licor en la mano. Eso es característico en la isla. ¡Claro! El licor es barato. Aquí si funciona el puerto libre. El turista se reconoce muy rápido por la vestimenta que lleva. Las mujeres se visten con pareos, lentes de sol que cubren toda la cara, la cartera inmensa con colores, que el comercio, les dice caribeños (amarillo, naranja, azul eléctrico, rojo), unas sandalias estilo romano amarradas casi hasta las rodillas, un sombrero-pamela gigante que parece más bien una sombrilla de playa, y por supuesto, el BB pegado a la oreja. Los hombres usan franelas al estilo Mac Tiger o alusivas a su equipo de beisbol, bermudas que hagan juego, algunos usan medias con zapatos Adidas, Puma, Merrell, otros calzan sandalias Tommy Hilfiger, una riñonera de la misma marca de su calzado, lentes de sol Rayban, Persol, Police, Oklay, la gorra y ¿adivinen qué? el BB. Yo, cual morsa, tumbado en la arena contemplaba el azul del mar uniéndose con el límpido azul del cielo. Así de la nada, aparecen una ristra de niños margariteños, a los cuales no entendía por la rapidez con que hablan, pidiendo dinero. Tengo por convicción espiritual no regalar plata a casi nadie. Estos niños eran bastante insistentes, pero no cedí a su pedidera. Les ofrecí comida a cambio y no me lo aceptaron. Así que seguí en mi contemplación hasta que se hizo las 5 de tarde, hora de ir a comer.

lunes, 16 de enero de 2012

Crónicas margariteñas: Macanao.

por Alexis Alvarado S (Bruno)
Caracas, enero 2012.

El carro avanza entre montañas desérticas, cardones, dunas y pocas aves que vuelan en aquel cielo azul con ausencia total de nubes que perturben la visibilidad al más allá de nuestra atmósfera, mis compañeros de viaje y yo sólo vemos el paisaje. Fotogramas que avanzan veloces ante mis pupilas dilatadas y encandiladas por la luminosidad del sol. La tierra es de un color arena dorada con ciertos manchones marrones, la cual sirve de espejo para la reflexión de los cardones que se alzan orgullosos en el clima margariteño como diciendo al visitante: somos dóciles, pero recuerda que tenemos espinas. La carretera que conduce a Macanao es limpia de cualquier rastro humano, excepto la línea de asfalto, que nos transporta directo al puerto. El lugar es caliente. El aire es caliente. Caliente están mis pensamientos. Ver aquella maravilla me insufla de orgullo venezolano. Quisiera detenerme, pisar la arena y adentrarme en el paisaje para sentir el sol sobre mis hombres así como lo sienten los cactos sobre sus púas. Mi amiga comenta que el mejor pescado se compra allá, por supuesto que no dudo de ello, si el desierto que cruzamos es tan atractivo a la vista, no quiero imaginarme el mar. Ahora es cuando me doy cuenta de la razón por la que el “Potro” Álvarez graba su video aquí. El sitio, realmente, despierta las hormonas. El lugar excita los sentidos. El sol, el clima caliente, la piel sudorosa, todo apunta hacia la entrega de cualquier pasión. No hay muchas curvas. Mis ojos no dejan de escudriñar cada pedacito que entran por mi vista. Una lagartija verde esmeralda me saca su lengua bífida. Nadie habla. El espacio lo dice todo. Nosotros somos Caribe. Somos pasión de mar indómito y de tierra caliente.

De pronto la carretera se abre en dos, al centro una plaza y un poquito más allá el azul del mar. El olor a sal. La gente blanca bronceada nos mira desde sus puertas. El pueblo está en la acera sentado en cómodas sillas, en su mayoría, tejidas. El carro va hacia la derecha. Las casas, casi todas, pintadas de azul y blanca, se encuentran del lado izquierdo. Hay comercios de artículos playeros y ¡Horror! de pronto, oigo, a todo volumen, un vallenato trancao. Vuelvo a la triste realidad de mi país. La transculturación. Quedo con ese ruido, con esa canción de bajas pasiones y con el estribillo de: “y qué será de mi vida sin ti” en mi mente, cuando de súbito, al cruzar la callea la izquierda, llegamos a la orilla del mar. Una larga fila de camiones que venden pescado, pero no únicamente se exhibe el pescado sino que el camión viene con pescador y alcatraz incluido. El hombre saca directamente el pez del agua, lo entrega al hombre del camión, éste lo limpia y descama y arroja las viseras a los alcatraces que parecen perros dóciles cuando el dueño los llama. No sé si ellos hacen la trampa que hacen frente al Cardonal en el estado Vargas que los “pescadores” simulan estar pescando a orillas del mar y resulta que ya tienen la presas clavada en el anzuelo y el incauto caraqueño cree que el pescado es fresco, aunque no creo eso en Macanao porque yo vi claramente cuando sacaron una “aguja”. Compramos un pescado que llaman ancora, una especie de atún, y nos fuimos. Íbamos de regreso rumbo al emporio de los malls. El otro lado de Margarita.

viernes, 13 de enero de 2012

Crónicas margariteñas: Primer contacto con Margarita.


Alexis Alvarado S. (Bruno)
Caracas, enero 2012

Llegar a la isla de Margarita en Venezuela es como arribar a un espacio pensado para el descanso. El avión de la línea aérea Conviasa aterrizó el 16 de diciembre de 2011 aproximadamente a las 5 pm en el aeropuerto “Santiago Mariño “. La cantidad de gente era bastante voluminosa. En esos momentos es cuando me cuestiono aquello de que “el país está en crisis” ¿será una crisis de tipo moral y ético? Porque económico no lo creo. Al salir, inmediatamente del lado izquierdo se encuentra una vía que va al “Reino de Muzipan”, parque temático hecho por Rausseo, el hombre que representa muy burdamente al hombre oriental del país, bajo el nombre de “Er Conde er Guácharo”. Él es una especie de icono de la comicidad entre la clase media venezolana. Ojalá yo hubiera tenido esa capacidad de reírme y burlarme de los demás que es lo que hace dicha “estrella” del espectáculo, lamentablemente, no me regocijo en las críticas hacia los otros. El camino de salida del aeropuerto es amplio con árboles a ambos lados de la carretea, los cuales forman un relativo túnel vegetal. En el viaje, una persona me preguntó que si iba a “diverland”, después me enteré que es el parque predilecto de los turistas caraqueños. El lugar te da cierto “caché”. ¿Acaso los sitios te dan “caché”? ¡Pues, no! Entre mis planes no estaba ir a la tierra de la diversión, o sea “diverland”. A una generación de venezolanos les encanta colocar los nombres en inglés porque eso llama más la atención. Tienen metido el lema de “soy ciudadano del mundo”. Yo quería conocer la cultura y la identidad del margariteño (si la hay). El fenotipo de los nativos es una mezcla del indio con español. Hay mucha gente de piel blanca. La gente de piel negra es menos numerosa. Las mujeres son de facciones duras, muchas con caras masculinas. Los hombres andan, casi siempre, en pantalones cortos. Por todos lados se ven anuncios publicitarios de comercios. Las marcas de Sigo y Dibs son las principales. Margarita está dividida entre una cultura que aun no se siente depositaria de una tradición guaiquerí y un progreso ilusorio representado por un consumismo bárbaro. La gente compra de todo. El centro de Porlamar, en los dos bulevares de la plaza Bolívar, la cantidad de comercios formales e informales era aberrante. Me hizo recordar aquella Sabana Grande de Caracas atestada de buhoneros en donde el sentido de pasear había desaparecido y que, menos mal, ahora se recuperó. Es más, yo me aventuro a decir que Margarita me retrotrajo a Caracas de los finales de los ochenta y todo los noventa. La cantidad de ropa era tal que no te da oportunidad de elegir si no estás consciente de lo que deseas. De cien comercios, por ejemplo, ochenta y nueve son de árabes y diez de chinos. Un taxista “navegao” me respondió, a propósito de la observación que le hice acerca del apoderamiento del comercio en manos de personas de origen extranjero, que los margariteños eran flojos. Frases como éstas son las que no tienen ningún fundamento real o tienen una intencionalidad diferente, tal vez, sea menospreciar el trabajo de los originarios y precisar que esa es la justificación para asumir la actividad que por ley orgánica debería ser de los propios. Decir que los margariteños son flojos no es la respuesta; la pregunta sería cómo llegaron ellos a monopolizar el comercio en la isla. En cuanto a los precios de los productos, mi experiencia, fue que eran similares que en Caracas; lo único barato, tristemente, es el licor y estoy hablando de más de un 50% más económico comparado con cualquier parte del país.

Mi primer encuentro con Porlamar fue agotador. Allí se camina bastante. Lo hice desde allí hacia la Santiago Mariño y luego hacia la 4 de mayo y sólo compré un blue jeans.

miércoles, 11 de enero de 2012

Fallece Vicente Revuelta, actor y director cubano


El director y actor Vicente Revuelta, una de las grandes figuras del teatro en la Isla, falleció este martes a los 82 años, informó la agencia oficial Prensa Latina citando fuentes del Consejo Nacional de las Artes Escénicas.

El artista murió en las primeras horas de la madrugada y su entierro está previsto para el miércoles en la Necrópolis de Colón.

Revuelta nació en La Habana el 5 de junio de 1929 y comenzó su carrera a los siete años de edad en concursos de aficionados y programas de radio.
Cursó estudios en la Escuela Municipal de Arte Dramático y del Patronato de Teatro y en el Teatro Universitario hasta que en 1950 integró el grupo Escénico Libre, en el cual debutó como director en la obra El recuerdo de Berta, de Tenessee Williams.

Dos años después viajó a París. Allí estudió en la Escuela Anexa a la compañía de Jean Louis Barralt, en el Taller de Arte Dramático de Tania Balachova y tomó clases de pantomima y expresión corporal con Etienne Decroux.

En 1958 fundó Teatro Estudio, junto a su ya fallecida hermana Raquel. Con este grupo “introdujo el método Stanislavski en el país”, según Prensa Latina.

Revuelta era Doctor Honoris Causa del Instituto Superior de Arte y en 1999 recibió el Premio Nacional de Teatro.

Los hombres en cuero de Touko Laaksonen


Tom of Finland es el pseudónimo del artista finlandés Touko Laaksonen, uno de los más populares dibujantes homoerótico del Siglo XX.

En Helsinki comenzó a realizar sus primeros dibujos homoeróticos inspirados en los trabajadores finlandeses. En 1957, envió algunos de sus dibujos a la revista americana Physique Pictorial bajo el seudónimo de “Tom de Finlandia”, para evitar problemas.

Tom ganó pronto popularidad con sus trabajos: iconos eróticos de la comunidad gay, leñadores, marineros, motoristas, policías, soldados y los leathers ( hombres vestidos de cuero).

Sus dibujos son a tinta en blanco y negro, sus personajes llevan vaqueros, cuero y uniformes. Su serie cómica más famosa es “Kake“. Sus dibujos más polémicos fueron las escenas eróticas de varones vestidos con uniformes nazis. Además plasmó varias escenas de sexo entre hombres blancos y negros, que eran delicadas en la época.

Los dibujos de Tom de Finlandia son un estudio del cuerpo masculino. El manejo de sombras y líneas hacen que las obras tengan un importante valor artístico. Al final de los 70′s la diseñadora Vivienne Westwood usó las ilustraciones de Tom en sus camisetas que fueron rasgo distintivo de SEX, su famosa tienda de King’s Road en Londres.

El museo de arte moderno de Nueva York (MOMA) posee muchas obras de Tom en su colección permanente.

martes, 10 de enero de 2012

public-ARTE. Enero 2012. El artificio del teatro.


Reseña del grupo Teatro del Artilugio
Bruno Mateo


Correo-e: ciudadescrita@hotmail.com

Teatro del Artilugio surge el año 2006 con el monólogo “Sobre el Daño que hace el Tabaco” de Chejov. Fundado con la finalidad de expresar artísticamente nuestra identidad; promocionar y extender el arte genuino del teatro, desde la cultura venezolana y universal; aportar manifestaciones artísticas de calidad a todos los sectores de la sociedad. Es un colectivo teatral de varios artistas, liderado por Carlos Alberto Sánchez y Frank Wiese.

Una peculiaridad de nuestra agrupación es aportar un toque lúdico en todos los aspectos creativos de cualquier montaje o espectáculo. Para nosotros, Artilugio refleja lo más sublime y divertido del hombre: su capacidad de inventar y resolver, de manera simple, complicada o rebuscada; desde la genialidad o el ardid, haciendo milagros con los recursos que tenemos; alquimia del esfuerzo y veteranía en la perseverancia del oficio de plasmar nuestros fantasmas.

Nuestras actividades comprenden la escenificación teatral, animación infantil, cuenta cuentos, mimos, talleres de formación y asesoría teatral para comunidades. Particularmente como cuentacuentos, nos suscribimos a la corriente entre los narradores orales nacionales de ofrecer cuentos y leyendas venezolanas y latinoamericanas, grandes fábulas universales, exaltando nuestra identidad, el fomento y conciencia de valores. En una dinámica lúdica y participativa. En el área de talleres particulares y comunitarios ofrecemos el de “Inicio en el Manejo de Prensa Teatral para agrupaciones emergentes”, de mimo y asesorías específicas y para comunidades.

El teatro infantil, fundamental para nosotros, lo asumimos con mucho orgullo, fruto de una experiencia de muchos años, convencidos de que es un género hermoso, respetable y necesario. Si no hiciéramos teatro infantil, moriríamos de cordura. El teatro para niños, desde el texto inicial hasta el montaje final, debe ser realizado con mucho amor, única manera de asumir este arte; con una clara visión y profundo respeto al niño contemporáneo, su entorno y familia; de sus necesidades y sentimientos, en armonía con nuestro propio niño interno de creadores. Buscamos lo mejor de las técnicas contemporáneas y clásicas del teatro para niños, más nuestra propia locura. Frente a la avalancha del cine animado y la tecnología de los juegos de video, debemos ofrecer un teatro con dramaturgia y montajes de calidad, ingenio, sorpresa y espectacularidad, integrando nuestros valores y tradiciones en un inmenso juego en vivo. Se puede ofrecer valores sin enunciarlos, implícitos en la trama, acciones y parlamentos, lejos de la moraleja aleccionadora y para tontos.

Ejemplo de esto es la primera obra infantil “Las Aventuras del Catire y el Burrito”, versión libre de Frank Wiese inspirada en un cuento de Rufino Blanco Fombona, insigne escritor venezolano. Ofrecemos al panorama teatral infantil nacional, literatura, geografía y valores venezolanos, el amor a la naturaleza. En el cuento, de una manera loca y divertida, y frente al maltrato a los animales, éstos rompen todas las barreras para conseguir su libertad y dignidad, inculcando a los niños que pueden vencer al miedo dentro de uno mismo. Un artilugio loco de nuestra autoría y dieciocho personajes o catorce actores en escena. Es un teatro para el público más hermoso y honesto del mundo, que merece salir feliz de la función.

Próximos proyectos son “Al Unísono” de Elízabeth Schön, “Eclipse de Dos Mujeres” de Frank Wiese y la siguiente obra infantil en proceso de escritura.

Por favor, aún no.