domingo, 31 de octubre de 2010

Iquidpo o la laguna de la mujer chigüire

por Bruno Mateo

Las noches de las sabanas en los Llanos venezolanos siempre se iluminan por las estrellas que como lienzo mágico se pegan del firmamento. El aire que se respira y se siente en el ambiente es un poco húmedo y caliente. Las piedras, los árboles, los pequeños matorrales se dibujan gracias a la luz platinada que envuelve el espacio. Las sombras que figuran a lo lejos son espectros que parecen buscar el camino para su salvación. Tal vez, asemejan a una legión de seres fantásticos. Los ruidos y aullidos de los animales nocturnos en las planicies llaneras se confunden con una orquesta sincronizada de sonidos: Sinfonía de las llanuras.

Dicen, que existe un camino que conduce a una laguna. Un lugar maravilloso que seduce a todo aquél caminante que se atreva a cruzar por las noches la tierra árida de la llanada. Hay campesinos que cuentan que han logrado ver ciertos personajes que aparecen y desaparecen a su antojo. La noche es un lapso para descansar. Acaso la luna y las estrellas no tienen su momento para apoderarse del paréntesis nocturno del tiempo. Los llaneros conocen de seres fantásticos y legendarios. He aquí una historia que me contaron en Caracas. No sé si es falsa. No tengo por qué dudar de su veracidad. La vida nunca es lo que se cree que es. Nuestra imaginación va más allá de una simple realidad inmediata y posee sus intríngulis. No hay duda. Sólo les echaré el cuento como me lo dijeron un día. El relato al que me referiré es corto. Se trata de una mujer fantasmagórica que vivía cerca de la laguna llanera, allá detrás de los montículos de tierra que se levantan a lo lejos, los cuales se logran divisar por la luz pálida de la nocturnidad de la explanada.

Yo me llamo Simón y tengo 12 años, un día la pasamos en el parque del oeste con mi familia volando papagayo. Estaba un poco cansado por lo que me dispuse a recogerlo. Al día siguiente iríamos muy temprano de viaje a los llanos del estado Monagas. Mi papagayo lleva los colores de mi bandera nacional amarilla, azul y roja. Cuando el reflejo del sol se deja ver por entre el papel de seda se percibe un pequeño arcoíris en el cielo. Parece un ave tricolor. Mi mamá me llamó para comer. Ella había llevado unas arepitas dulces de anís, pollo y una ensalada. No faltó el agua ni el jugo frío de parchita. Allí pasamos casi toda la tarde: mi mamá, mi papá, mi abuela y mi vecina Cipriana. En Caracas, la tarde empezaba a caer. El cielo se puso rosáceo con ciertas manchas naranjas y amarillas. El Ávila, o como se dice en voz indígena, el Waraira Repano empezaba a oscurecer. De repente eran como las cuatro de la tarde. Una señora bastante peculiar nos preguntó que a qué hora cerraban el parque, le contestamos que como a las cinco. “Entonces es necesario que busque a mis nietos para irnos”, nos comentó. Para nosotros también era la ocasión de recoger todo. Mañana, antes de que aclarara el día, el viaje que tanto había esperado iba a comenzar. Yo salí con excelentes notas en mi liceo y me encontraba de vacaciones, así que ese fue mi regalo. Un paseo para el interior de Venezuela. Mi familia y yo nos alistamos y salimos del parque. Pronto comenzará mi nueva aventura.

El viaje, como dije, se inició antes de que los primeros rayos de luz se manifestaran en el ambiente. En la camioneta de papá íbamos aparte de él, mamá, mi abuela y yo. Mi amiga y vecina Cipriana se fue con su familia a pasar unos días en las playas de Macuto en el Litoral cerca de la Capital. Todo el paseo fue de lo más agradable. Llegamos a Maturín como a eso de las 12 m a 1 pm, inmediatamente, mi papá condujo a la pensión en donde había alquilado un cuarto para hospedarnos. Tenía hambre y no sólo yo. Todos queríamos comer, por ello, mi mamá sacó la vianda que llevó para el camino. Aparte de que mi abuela se antojó de comprar unas cachapas con queso, por cierto, estuvieron deliciosas; después de que nos ahitamos con tan opípara comida nos quedamos dormidos en las habitaciones. Mi mamá y papá se alojaron en un cuarto matrimonial, mientras que mi abuela y yo nos quedamos en otra. Allí permanecimos hasta que anocheció. Yo fui el primero en levantarme y recorrer un poco el lugar. El sitio abarrotado de personas que te sonreían con mucho cariño. Por toda la casa, las guacamayas, los tucanes, los morrocoyes, los perros y gatos deambulaban con mucha libertad. El patio central embellecido con flores y plantas multicolores daba la bienvenida a los turistas curiosos como yo. Me atrajo la vista una señora que creo haberla visto antes. ¡Sí ¡ ¡Estoy seguro! Era la misma anciana que vi el día anterior en mi paseo por el parque del oeste en Caracas. Ella se rió conmigo y luego desapareció sin percatarme de cuando lo hizo. Para mí fue un tris. No hubo nada más que percibir.

Esa noche, después de juntarme con mi familia, en los jardines de la posada, conocí la historia de la mujer giganta que aparece en las noches de los Llanos. Todo por la señora a quien logramos toparnos. “¡Hola! ¿Se acuerdan de mí?”, nos preguntó. “Por supuesto que sí”, contesta mi papá. “Bueno no crean que sea una casualidad el tropezarnos aquí”. Nos pareció una frase misteriosa. “En la vida siempre nos une algo, acaso tratemos de evitarlo”. “Me gustaría contarles una leyenda que circula por los habitantes de la zona”. “¿Quieren saber de la historia?”, preguntó la señora. “Adelante, no hay problema”, contesta mi abuela.

Hace mucho tiempo, cuando los hombres y las mujeres de las tierras llaneras, deambulaban por cualquier lugar, existió una mujer que se atrevió a desafiar a los Dioses de la naturaleza. Ella era una mujer soberbia. Creía que tenía poderes por encima de la madre tierra. Ella poseía una belleza sin par. Se atrevía a competir con la Madre de todos los hombres y mujeres. La mujer se enamoró del Padre Sol. Entre los mortales no era permitido ese atrevimiento; sin embargo, como la mujer era arrogante y excesivamente hermosa, no le interesó las habladurías de sus hermanos y hermanas. El Sol, dueño y señor de la vida discutía mucho con su esposa la madre Tierra por culpa de la bella mujer color onoto. Él se embelesó por el cuerpo, la voz, los ojos, el cabello de la mujer. No podía apartarla de su mente. La Madre Tierra dándose cuenta de la situación en la que vivía su marido, decidió vengarse de la altanera mujer. El Sol se transformaba todos los días en un apuesto hombre y bajaba a las llanuras a pasear con la mujer de piel onotada. Muchas veces descuidó su labor de siembra. Sus rayos fueron tan fuertes que la cosecha empezó a quemarse. La pareja del Sol y la mujer vagabundeaban por la explanada. El ciclo del Sol dejó de cerrarse, es decir, el Sol en forma de hombre no se ocultaba nunca, lo que hizo que nunca más lloviera sobre la Tierra. La Madre de los hombres y mujeres de la comunidad perdieron sus cosechas. Un día, el maíz, fuente de alimentación de nuestro pueblo se empezó a secar por los rayos inclementes del sol. La comida escaseó y la gente tuvo que abandonar sus casas y llanuras. Ni siquiera agua hubo para beber. Nadie se explicaba las razones de la sequía que asoló los llanos en esos tiempos. Después de un largo período de sequedad la gente murió. Ni los Dioses supieron como salvar a su gente de la epidemia. El terreno se volvió árido y arenoso. La tierra que una vez fue fértil se convirtió en un arenal que se levantaba con las ventiscas.

La Madre Tierra acordó escarmentar a la pretenciosa y cruel mujer. Ella conjuró un maleficio sobre ella. Durante el día la mujer se convertiría en chigüire, lo que hacía que el Sol hecho hombre dejara de buscarla como mujer. La mujer debía recorrer grandes distancias durante el día hasta llegar a la laguna y así poder beber algo de agua.

Durante las noches, la iluminación de los rayos platinados de los cielos llaneros hace que la mujer se agrandara hasta llegar a sujetar a la luna y bajarla para repartirla como alimento entre sus hermanos y hermanas. De allí, nació el casabe (equeyu).

Una pareja logró salvarse de tan terrible calamidad. Huyeron de lo que quedó de su población para lograrse establecer en un pedazo de tierra muy cerca de una laguna llamada iquidpo. El esposo y la esposa conocieron a la mujer giganta quien les entregó unos granos de maíz y el casabe (equeyu) Ese fue su castigo. Hacer el bien para siempre. Poco a poco los fueron sembrando en el terreno y así se formó una pequeña plantación. Tuvieron hijos e hijas y éstos tuvieron hijos e hijas.
La familia se agrandó, su vida giró alrededor de la laguna iquidpo y se radicaron en la explanada. El agua de lluvia mojó sus cultivos y los hizo crecer. La Madre Tierra estaba vengada y el Padre Sol nunca más se fijó en aquella mujer que durante el día se convertía en chigüire y durante las noches se agigantaba hasta tomar a la luna para dársela como el equeyu.

No sé si la historia de la señora fue real. Lo único que puedo decir es que, desde que llegué a Caracas de mi viaje por los llanos, no puedo dejar de pensar en la leyenda de la mujer chigüire que durante las noches llaneras agarra la Luna.


Caracas, Venezuela
Noviembre 2007
SACVEN No. 9070

jueves, 28 de octubre de 2010

El canto del Caribe



por Bruno Mateo
Twitter: @bruno_mateo
IG:@brunomateoccs


Y las aguas dejaron de circular...

Los habitantes del Mar Caribe acudieron solícitamente al llamado de Madre Perla, reina del lugar. Cada miembro asistente a la reunión, albergaba en su corazón, un extraño estremecimiento por la noticia aún desconocida por todos. Las emociones del Delfín temblaban. El Caballito de mar relinchaba inquieto. El Pulpo no sabía qué hacer con sus tentáculos. El Erizo torpemente se pinchaba a sí mismo. El ambiente estaba inundado de un llanto salado de alegría. Madre Perla, majestuosamente, pidió calma a la concurrencia, ya que su anuncio, estaba segura, sería motivo de mucha alegría. ¿Cuál es esa maravillosa noticia? Preguntó irónica la Morena. Fue entonces y cual conjuro, cuando el fondo del mar se abrió, para dejar escapar los más bellos colores y placenteros sonidos que se hubieran escuchado en el Reino. La nutrida reunión fue arropada por una ensoñación ondulante. El asombro creció todavía más, apareció el protagonista de aquella conmoción. Un animal enorme. Su piel grisácea contrastó con la paleta multicolor del Caribe. ¡Esta es un alma nacida del mar!, dijo plena Madre Perla. Sus palabras se convirtieron en al bálsamo aliviante de las preocupaciones de los habitantes marinos.

Y las aguas comenzaron a circular...

Pronto, se vio al enorme animal ondeando lento entre las aguas. Hermoseaba todo el espacio. De vez en cuando, el muy travieso se acercaba a las orillas de las playas, para recibir complacido los rayos del Sol, o tal vez, para hurgar entre la arena húmeda o satisfacer su ávida curiosidad. No lo sé. Lo que sí es cierto es que luego regresaba juguetón a su hogar para tomar un merecido descanso. Saben que cuando dormía en el fondo del mar, como su cuerpo era tan grande, se confundía con una roca. ¡No! No les miento. ¡Bueno! Sigamos la historia. En las aguas del mar no es necesario llegar a tiempo a ninguna parte. El tiempo no existe. Así que él se puede tomar un largo descanso. Al despertar, se encontró con Madre Perla a su lado, a quien sonrió alegre. Perdona si te desperté, dijo la hermosa Reina, tengo que decirte algo. Es mi deber, prosiguió la Soberana, decirte que trates de alejarte de las playas. No preguntes la razón, sólo acata, que te lo dice mi corazón. La joven criatura no entendía y su Madre lo sabía, pero no podía decir nada más, lo que la obligó alejarse, desapareciendo en las profundidades. Dejó en las dudas a su amado hijo.

El pesado animal se retiró lo más que pudo para meditar sobre aquellas palabras tan tajantes. Nadó, nadó y nadó. Se esforzó por descubrir qué había detrás de las advertencias de Madre Perla. Sólo había una solución para el dilema. Debería ir nuevamente a ese lugar. Nadaría hasta llegar a la playa. De seguro, a orillas del mar encontraría la respuesta. Pero, esperen un momento. Madre Perla le dijo que no se acercara a la playa. ¡Sí! Ella lo dijo. ¿Por qué no le hace caso? Y si le ocurriera algo. ¡Oh! ¡No! Ni lo quiera Dios. ¡Amigo! ¡Amigo! ¡No vayas! Puede ser peligroso. ¡Demasiado tarde! Partió.

Su nado lento no fue impedimento para que llegara rápido a su destino. La incertidumbre golpeaba el alma de la criatura. ¿Qué será lo que encontrará allí? ¿Por qué Madre Perla le dijo todo eso? Pronto lo sabría. La playa está cerca. Por un momento se detuvo. No quiso seguir adelante. Un miedo invadió todo su Ser. ¡No! No hay espacio para arrepentimientos. Avanzó decidido. Llegó al lugar. Arrastró su cuerpo por la arena. El sitio no le era desconocido. Siempre venía con regularidad, sin embargo, esta vez parecía diferente, como si algo nuevo estuviera allí, tal vez, era su ansiedad lo que hacía que temblara de esa manera. Era mejor aguardar un rato, pensó y esperando hasta que el Sol estuvo a punto de ocultarse se dijo a sí mismo que no era nada y quizás las palabras de su Madre eran exageradas. Al regresar a las aguas, escuchó un ruido que hizo paralizarlo de inmediato. Quedóse quieto para oírlo mejor. ¡Sí! Viene alguien. Se sienten ruidos acercándose. Eran silbidos lanzados al aire. El miedo se apoderó de él. No sabía qué hacer. Se escuchan con mayor claridad. El miedo fue desapareciendo para dar paso a una curiosidad expectante. Ese animal en la playa es quien silba.

Mientras tanto, en el fondo del mar, rodeado de las parlanchinas princesas Ostras, la Soberana del Caribe hablaba con elegante amabilidad. No hay nada de que preocuparse. Queridas hijas, algunas de ustedes, también poseerán la gracia de tener la roca de la sabiduría, les dijo, a la vez, que les mostraba una bola blanca con cierto brillo, pero con una hermosura propia de las latitudes caribeñas. ¡Era una perla! Esta roca, acotó, se ha formado gracias a cada lágrima que dejamos correr cuando vemos que algo perturba nuestro mar; sin embargo, en ese único instante, sintió algo terrible en su cabeza y como un arpón que hiere la piel de la ballena, vio en su mente al hijo amado. ¡Oh cruel Casandra! No permitas que sea cierta esta visión.

Y las aguas dejaron de circular...

El hombre, que era quien silbaba en la playa, estaba maravillado al tener entre sus manos a tan monumental cabeza y de tan desconocida criatura. Sus pensamientos pasaban de extrañeza a admiración; de miedo a ternura. Sin duda, era una amalgama de ideas y emociones. Sus ojos, los del hombre, comenzaron a recorrer el cuerpo de ese Ser peculiar: sus ojos, los del animal, eran de una ternura especial y su cuerpo era como un islote en el mar, sin embargo, a pesar de ser tan grande, aquella criatura se sentía cual suave brisa marina que mueve pausadamente las hojas del cocotal. El hombre no salía de su asombro. El animal se sentía dichoso. Había una comunicación tácita. Por unos instantes, la luz del Sol parecía detenida, las olas del mar dejaron de golpear la arena. Aquel conticinio sólo podía provenir de Dios. No existía nada que perturbara la estampa. Fue entonces cuando el hombre, con su acostumbrado pensamiento lógico, rompió de manera abrupta aquel paréntesis en el tiempo, pues, se le ocurrió preguntarle: ¿Qué cosa eres tú? El animal sólo respondió con dos lágrimas brotadas que cayeron en la arena, marcando así, la huella de una profunda confusión. El animal quitó su cabeza de las manos que antes le parecieron placenteras y comenzó a introducirse al mar con su característica pesadez. Al hombre, arrepentido de su impertinencia, no le quedó más que ver al animal cuando era tragado por las aguas.

El hijo del Caribe, poco tiempo después, llegó a las profundidades de su hogar marino. Sentía aún el eco de la pregunta de aquel Ser conocido en las playas. La angustia por descubrir la realidad de su identidad, le arrebató su antigua serenidad. Todos poseemos un nombre. ¿Y él? Nunca he sabido de alguien sin nombre. ¡Pobre! Es lamentable ver llorar a un amigo. Madre Perla sentía la tristeza alojada en el corazón de su amado hijo. Tan honda era su pena, que el mar lloró. El hombre hizo una herida profunda. El hombre silenció el canto del Caribe. El Reino Marino fue privado de la delicia de ser arrullado por su melodía. Madre Perla se inquietaba por el encerramiento a que se sometió la apacible Criatura, por ello, tomó la decisión de acercarse. Ese animal, comenzó diciéndole, que viste en la playa, es el Hombre. Un Ser que olvidó su pasado. Hace algún tiempo atrás, el mar fue su hogar, no obstante, él desarrolló su cuerpo, ya que, posee el poder de transformar las cosas, así fue como un día desapareció de entre nosotros y habita ahora la Tierra. Él es nuestro hermano. La Criatura sintió un halo de esperanza.

Y las aguas comenzaron a girar...

El destino de nuestro amigo se cruzó con el del hombre. La Criatura no podía dejar de pensar en aquel encuentro en la playa. ¡Su hermano! A pesar de las diferencias, provenían del mismo Padre. El mar los creó. Algún día se reencontrarían. La Tierra necesita al mar para calmar su sed. El mar necesita a la Tierra para tener un hogar. Una comunión perfecta. El mar Caribe se inundó de un canto que parecía provenir de lo profundo del alma. Un coro de Sirenas acompaña siempre al cantor marino.

Y si alguno de ustedes, llega a toparse con un enorme animal que pesadamente se asoma por la superficie de las aguas, no lo lastimen. Tal vez, desee reunirse con su hermano y ese puede ser alguno de nosotros. No se pregunten qué cosa es. Su único anhelo es regalarnos el más espléndido canto que jamás se haya escuchado. Saben cómo se llama este animal ¿No? Su nombre es Manatí.


Caracas-Venezuela
Abril 1997
SACVEN No.9070

viernes, 22 de octubre de 2010

Yo me voy con el muerto de rumba



por Oscar Perdomo Marín

Yo me voy con el muerto de rumba. Me está esperando solitario y frío. Padece una vieja tristeza y ya nadie cree en la alcancía que dejo tapiada en el baño de la casa donde vivió hace un montón de años. Por más que el tipo se empeña en asustar, los carajitos lo cambian por la tele y él me dice que eso lo deprime y que además, los malandros hace tiempo que le quitaron el puesto. “El tema” –me confió- “es que esos bichos matan y yo ni siquiera soy capaz de provocar el más leve rasguño a nadie cuando salgo después de media noche. Los chamos me perdieron el miedo y ya la eternidad que antes era mi orgullo, ahora me resulta aburrida y ni siquiera puedo suicidarme…pero qué digo media noche, me quitaron el privilegio de disfrutarla. Tanta gente que me conjuraba y con cruces me gritaban: Vade retro, ahora se burla de mí y lo peor: me ignora. Agrégale a eso, que algunos “limpian” los lugares donde de vez en cuando me hago sentir; riegan unas aguas apestosas porque me producen póstumas alergias: perfume y vinagre revuelto con creolina ¡Qué sé yo! Cualquier cosa y además dejan velas encendidas para que desaparezca. No sé cual será mi destino, pero –por ahora- te tengo a ti, que aunque no me temes y te lo agradezco- por lo menos respetas mis derechos de muerto”.

Otra angustia para mi amigo, el finado, es la enorme cantidad de películas de terror. Él las considera “una práctica de competencia desleal”, aunque después de todo, está contento porque los chamos le están perdiendo el respeto a la poseída Linda Blair del exorcista, Drácula, el Hombre Lobo, Freddy, el cerúleo Anthony Hopkins y su gastado canibalismo en el celuloide, entre otras especialidades del amplio menú para cagarse de miedo.

Hace apenas seis décadas, aunque declinaba la “Edad de oro” de mi amigo, el muerto, aún podía verse bajo la luna menguante, en alguna esquina o el patio de la casa, fantasmas trasnochados, borrachos de incienso y despechados, porque la luz eléctrica los estaba confinando a los suburbios y estaban tratando de hacer causa común con algunos animales en peligro de extinción.

Se percibían acorralados con cada vez menos habitáculos y rincones para pernoctar y reírse un poco con los escalosfríos de los vivos. El radio de madera estilo “capillita” comenzaba a desplazar de los salones la voces de ultratumba y perdían encanto los cuentos de sobre mesa sobre “La llorona”, “El ánima sola”, “El jinete sin cabeza” y ya pocos creían en aquello del compadre que confundió el fuego fatuo al pie de una centenaria ceiba con luces de del más allá, y tuvo tan buena suerte que, tras excavar durante 27 noches encontró una codiciada botija llena de oro y joyas, que supuestamente el pirata Morgan, había enterrado allí.

Lloraba mi amigo el finado, añorando las veladas, donde él era el protagonista ausente y la gente gozaba de miedo con los pelos de punta y rezaba cuarenta padre nuestro para dormirse entre chirridos de puertas y misteriosos maullidos lejanos, que a lo mejor eran de Satanás, encarnado en el gato negro de la casa.

“No hay derecho a que eso ocurra y tampoco autoridad ante la cual quejarme” , se lamentó el finado en otra ocasión, tras maldecir a la luz eléctrica que barrió los fantasmas de las casa y para colmo las demoliciones de las casonas donde fueron los señores de la noche, los confinaban fuera de la ciudad sin derecho a pataleo. “Pero eso no es nada” –sentenció con amargura- “la televisión, aunque ahora ha perdido espacio con el internet, los castigó aún más con sus series de horror; los noticieros cargados de crímenes, algunas telenovelas y hasta los certámenes de belleza”

“Miles de mis amigos” –subrayó- “se fueron al campo para sobre morir placenteramente; otros como yo nos hemos quedado en la ciudad para iluminar a brujos, curanderos y ciertos elegidos, que trabajan para perpetuarnos en la memoria colectiva y ojo: con lo de colectivo no estoy haciendo demagogia política. Debo acotarte, por otro lado, que muchos son embaucadores de oficio, viven de la miseria ajena y algunos no nos dejan en paz, invocándonos o echando los caracoles, ungiendo a los incautos con sangre tibia de chivo o gallina en nombre de Changó y otras deidades africanas.

Nos utilizan para todo; con las cartas y el tarot; la oración del tabaco y de las ánimas benditas y algunos, los más avispados, escalan las cumbres del poder, para protegerlo y seguir echándole mierda a los de abajo.

“Pero hay más” –añadió- “tengo hermanos prisioneros del concreto. Tienen objetivos diversos, entre ellos alumbrar a empleados de revistas para que inventen el horóscopo del día. Su labor para placer de los vivos es hacer que estos y otros mercaderes prosperen incubados en la crisis. Así llenan los clasificados de los diarios con ofertas de consejos del alma, salud, fortuna, amor y sobre todo, absoluta confidencialidad. Aquí hay un tema adicional y es la competencia con los anuncios pagados donde se ofrecen masajes íntimos para ellas y ellos y entre ellos y ellas. Eso no me gusta, aunque entiendo que es una manera de perpetuarse en la ciudad y de paso contribuir con los fabricantes de velas y aguas preparadas para maldiciones y bendiciones”

También mi amigo el finado me confió la preocupación que lo embargaba por la suerte de algunos espíritus urbanos. Un número creciente de sus devotos se ven amenazados por lo que consideran “Legión de relevo”, integrada por jóvenes emprendedores con nuevas técnicas, que pregonan poseer títulos del Tibet y otros santuarios de los Himalayas, poderes del Espíritu de la Gran Pirámide, cuando no de las ruinas de Teotihuacano; legados herméticos, numerología cuántica o el mensaje del Gran Chamán del Amazonas, enviado de los hermanos superiores en la tierra.

Algunos charlatanes devienen especiales siquiatras y se enteran de más chismes que en la redacción de un periódico. Muchos incautos los prefieren, antes que a un profesional universitario, graduado en la exploración de la mente humana. Pero también se da el caso que numerosos doctores tienen sus talismanes colgados al cuello, invisibles debajo de la camisa y hasta se van a confesar con el santero. Aquí las estadísticas no penetran, aunque a veces se cuelan determinadas cosas como cuando yo vi un video en el que aparece un alto general cayendo en trance ante el poder divino. Pero la “protección del Altísimo” no lo savó del retiro.

Yo me siento cómodo con el finado. Él no se cansa de agradecerme que lo haya asumido a tiempo completo porque me dijo que sus hermanos no se dan abasto, pese al tremendo estrés que les produce la luz eléctrica y que los obliga a andar clandestinos. Su trabajo de Iluminación se hace cada vez más difícil: los hechiceros se multiplican y también los ansiosos por obtener su carta astral y así saber qué carajo harán con su futuro.

La crisis es un buen caldo de cultivo para la prosperidad de los brujos y un problema muy serio para los pobres muertos, quiero decir los elevados espíritus que afianzan nuestra frágil fortaleza para por lo menos encomendarnos a Dios ante los partes de guerra, que el crimen ofrece cada semana.

A juzgar por los hechos, los brujos no son patrimonio de gente iletrada –nunca lo fueron- Todas las cortes de alguna manera han tenido su brujo. Citamos a Rasputín, Merlín o la sombra gris de López Rega que acompañó a la Presidente argentina Estela de Perón. En el pasado reciente, un tal Horangel , oriundo de la tierra del Río de la Plata, fue tras bastidores uno de los hombres más influyentes de la farándula y política venezolanas.

El tema de los brujos tiene dos caras especialmente visibles: el que explota la ignorancia, se conecta con la religiosidad del pueblo y aquél que nutrió fuertemente el realismo mágico en la novela de Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez, Miguel Otero Silva. Son los espíritus que habitan en la selva y el río, la montaña y la noche, los duendes necesarios a la poesía y al universo onírico y lúdico de los creadores.

América, de Punta Arenas en el sur a Tijuana, en el norte, es tierra de fantasmas y encantamientos, de deidades que aún perviven en los pueblos indígenas y que percuten en los tambores de los afro descendientes. El mundo mágico de las vastedades sajonas es otra historia, en la nuestra hay mucho por explorar y diferenciar.

Yo me quedo con los “momoyes” que habitan en los Andes, Ellos son los señores del agua, guardianes del conuco. Allí un abuelo del páramo, cerca de Mucuchíes cree firmemente que los “Momoyes” son hijos de los hielos que se quedaron rezagados cuando los glaciares abandonaron las escarpadas cumbres, hace más de diez mil años. Ellos viven para el hombre del Ande montaña arriba donde la piedra, el agua, el hielo eterno azulenco casi fósil, parece tener alma y recoger los recuerdos ancestrales de un tiempo definitivamente perdido.

Cuando escuche al abuelo del páramo percibí a los “momoyes” en el aire, diminutos, volátiles como bailarinas de espuma; los sentí en el chasquido de la lluvia fina como arena y no me fue difícil escuchar sus violines, tambores y guitarras. La luz eléctrica no ha llegado todavía al reino de esos seres encantado y mientras así sea perdurará su leyenda, allí donde la nieve tiene brillo propio y la neblina su perpetua morada.

Muy lejos del páramo, en Caracas cae la noche y no me pregunten la razón…pero por mi real gana, me voy con el muerto de rumba.

martes, 19 de octubre de 2010

LA VENTANA.


por Bruno Mateo

Desde aquí se puede ver el puerto, dijo a su hermana. Las luces en los cerros daban una sensación franciscana. Las chicharras en los pocos árboles rompieron a llorar. ¡No me gustan! Seguro va a llover, dijo la mujer. Olía a arepa quemada. La lluvia comenzó a taladrar el techo de zinc. Te lo dije, esas bichas son pavosas, reiteró, mientras buscaba algo en la pequeña mesa al lado de su cama. ¿No has visto...?. Su hermana le dio dos pastillas con un poco de agua. La ventana avistaba todo el paisaje. El hermoso mar de la Guaira. Los techos como toboganes por donde se desliza el aguacero. Las voces que gritan desde las casas acaso cercanas y esa luz rosácea que inunda el espacio de las dos hermanas. ¡Cierra la cortina! ¡El sol me quema!, gritó la mujer acostada. Afuera, el ruido del barrio. Adentro, el silencio. La cortina se cerró. El aire salino invade cada rincón del espacio oscuro. La radio siempre encendida. Los gritos de las chicharras en su último esfuerzo. Pronto, la noche cubrirá la actividad y el miedo caminará por las rendijas del barrio. La mujer nunca deja de asomarse por la ventana. Quizás, no vendrá. La lluvia y el sol en el cielo. La ventana es un pequeño rectángulo pegado a la pared. En el plato sobre la mesa las migajas de la masa fueron invadidas por un ejército de hormigas. Nunca se cansan. Ambas mujeres se sumen en sus propios silencios. Las gotas golpean encima de sus cabezas.

En el cuarto no se podía respirar. Sólo gritos enardecidos y humo de cigarrillos. Encima de la pequeña mesa un tubo de luz sobre las manos de los hombres y mujeres reunidos. Era un grupo peculiar; por un lado, jóvenes que no pisan los veinticinco años y por el otro, personas que han sobrevivido la época de las luchas guerrilleras latinoamericanas. Mañana será el día. Las discusiones se acolaran a cada instante. Se destruye y se rehace al mundo entre esas cuatro paredes. Más abajo, en otra casa, un hombre quema con una cucharilla a un niño. La madre sólo se limita a ver el hórrido espectáculo. Todo es culpa del sistema, dice un muchacho, mientras chupa con fervor su cigarrillo. La succión fue tan sincera que en otras circunstancias produciría placer. El niño explota en un berrinche. La madre reclama al hombre, éste le golpea como queriendo asesinarla. La igualdad de los seres humanos. ¡La igualdad!, espeta una voz. Escondido entre las sombras, en un rincón formado por la unión de las paredes, el muchacho se limita a pensar acerca del día en que todo ocurrirá. Mañana. Sus pensamientos están alejados...como sus hermanas. Al lado, el caos de la mujer, el hombre y el niño quemado. El cuarto de la reunión, era un mundo perfecto. Más allá un golpe seco como de una cabeza que se estrella sobre alguna pared. ¡En nuestro país, los oligarcas han acabado con el pueblo!, dice una mujer a la que llaman la comandante. Los hielos tintinean dentro del vaso de whisky. El muchacho en las sombras pisa una cucaracha. ¡Se acabó la fiesta!, entra y dice una mujer morena. ¡Tenemos que trabajar! Y ustedes no hacen más que hablar paja, concluyó. Mañana será el día.

Las calles se hacen más angostas durante las noches. Tal vez, si me quedara fuera de todo, se dijo a sí mismo. Mientras baja por entre los caminos de tierra y cubiertos de basura, logra divisar en aquel cielo, una luz que hiere la negritud del espacio. Hay mucho silencio. Un chorro de agua pasa por encima de sus pies. Los murciélagos con sus chillidos vuelan por entre las callejuelas. Los ronquidos de los habitantes se escuchan a través de bloques y tablopán. Aún hay olores a frituras en el aire. El estómago del muchacho se retorció en un sonido gracioso. Detrás de las esquinas un grupo de niños. En un lugar apartado, bajo la luz del único farol, un policía discute con el negro del barrio. El muchacho está cansado de esa vida. La mujer aún está asomada en la ventana. La espera de algún indicio que logre sacarla de su melancolía. El joven camina por debajo. La oscuridad siempre aumenta la imaginación.

¿Cómo te sientes hoy?, pregunta a su hermana. A veces te sentirás bien, terminó de decir. No hubo respuesta. Casi nunca las hay. La mujer buscó unas pastillas y se las dio. Hoy tenemos que ir al médico, acotó. Hoy es imposible. Hay una marcha, respondió la otra. El lugar comenzó a desperezarse. Niños que llaman a sus madres, angustiados por no saber si comerán hoy. Chorros de agua que llenan los tobos de metal. Sonidos de pobreza. Ruido de voces en discusión. Dos norteamericanos que llaman a las puertas para ofrecer una realidad virtual. Sólo regalan el Libro del Mormón. La radio desde temprano anuncia que el país está convulsionado. ¡Calma! ¡Hay que tener calma! La revolución no morirá. Hay que defender los ideales con sangre, dijo la comandante a manera de sentencia. El grupo respondió con una afirmación casi hipnótica.

El muchacho se levantó. La mujer apoyó la cabeza en sus manos. La ventana. Orificio abierto a la inmensidad del vacío. Esa vacuidad que nunca se llena. Las palabras sólo intentan cubrir las fisuras de la soledad que se sienten en la casa desde que su joven hermano decidió abandonarlas. Nunca le perdonó la enfermedad de su hermana. Entre ellos se formó un eco de voces que gravitan como fantasmas. La multitud se está reuniendo. El muchacho sale decidido. Tomó una taza de café. La mujer no se siente. El calor de la fiebre la consume poco a poco. No se puede hacer nada más. Sólo esperar. Una ventana en la pared. Una posibilidad. Sus vidas pertenecen a la tierra del puede ser. Subjuntivo de un territorio imposible de asir. La mujer no desea comer.

La gente se arremolinó. La marcha comenzó. El sol incendió los techos de las casas. La gente se deshidrata, tal vez, se disuelva en pequeñas partículas que se esparcirán por el aire. Miles de personas avanzan. El mar está picado, dice la mujer desde la ventana. Voces que salen de la radio en una sola angustia. El muchacho espera en el puente. La comandante avista desde un lugar seguro. La ventana como una atalaya que espera las trompetas del triunfo. La fiebre penetra en el cuerpo. Un perro aúlla. El joven suda. Su hermana también. La marcha no debe avanzar. La gente se acerca al puente. Las pulsaciones se oyen como aquellas chicharras que resuenan en la espesura del espacio. Sólo pudo ver a una inmensa masa de personas y escuchar una voz exigiendo la defensa de la revolución. Sus últimos recuerdos volaron a aquella humilde casa con una ventana pegada a la pared.

miércoles, 6 de octubre de 2010

public-ARTE: "teatro infantil "oct. 2010


Reseña del Grupo

El Grupo “ Pandilla Teatro “ ,anteriormente llamado “Varilla y su Pandilla”, nace el 21 de Junio de 1996, con la necesidad de crear nuevas propuestas dentro del maravilloso mundo del entretenimiento, bajo la dirección de su fundador Rolando Bohórquez (+) quien siempre buscó enseñar a través de la diversión a pequeños y grandes.

Esta agrupación, una de la más destacada dentro del espectáculo, ha roto con todos los esquemas de las propuestas tradicionales con sus espectáculos. El Grupo está formado por actores; todos con una destacada trayectoria y formación en el campo del movimiento artístico y teatral.

Pandilla Teatro continua con ese mismo entusiasmo que lo hizo aparecer en el espacio teatral, mostrando en el escenario el mundo mágico de sus espectáculos tanto infantiles como de adultos. Esta agrupación es dirigida por el actor y licenciado en artes de la UCV Aníbal Figueroa. Actualmente cuenta entre sus filas con los actores y actrices: Reynaldo Rivas, Jennnifer Colautti, Ledner Belisario, Wills Bonilla, Anny Castellanos, Aliberth González, Pedro Olarte y Javier Cordero.

“La Pandilla teatro” o “ Pandilleros” cariñosamente llamados en varios festivales internacionales ( Colombia-Bogotá y Barranquilla, Bolivia Sucre y Potosí, México-DF, Guanajuato, Querétaro, Oaxaca, Acapulco, Costa Chica, Michoacán, Morelia, ha trabajado duro durante 10 años de los 14 que acaba de cumplir bajo la dirección de Aníbal Figueroa, quien le dio un giro de 360° creando un estilo que ha funcionado a nivel infantil, el cual es alabado por muchos en los encuentros a la hora de presentar su espectáculo Infantil.

Actualmente tiene en su repertorio infantil: “No me abraces por email”, “Payasocropolis…la ciudad de los payasos y muñecas”, “El Baúl de los Juegos”, “No es lata es latón huele a contaminación”, “La Pandilla en Navidad” y próximamente “Alicia y Conéctate con el Planeta” en los cuales buscamos crear conciencia en los chicos para conservar nuestro planeta.
“La Pandilla” se prepara actualmente para viajar al XXXV Festival Internacional de Oriente y el XXII Festival Internacional Callejero de Mesita Del Colegia en Boyacá Colombia y para el próximo año así como los nuevos montajes estará en Chile para febrero y seguir representado a Venezuela profesionalmente con su arte.
Por todo ello es que se le hizo una pequeña entrevista a su director general, el Lic. (UCV) Aníbal Figueroa:

1) Bruno Mateo ¿Qué consigues en el teatro infantil que te motiva a hacerlo?
Aníbal Figueroa. Conseguimos la sonrisa y la atención de los niños. Cuando ellos no prestan atención o brincan en sus asientos me preocupo ya que es un síntoma que no le está gustando una obra, afortunadamente ese no es nuestro caso. Tratamos de divertir y entretener mientras educamos tal como fue desde un principio cuando se creó el grupo.


2) BM. ¿Podrías definir cuál es el estilo de "Pandilla teatro"?

AF. En la pandilla tenemos un estilo desenfadado, honesto y sobretodo original que cuando mostramos nuestro trabajo al público en general entregamos lo mejor de nosotros. Desenfadado porque con desparpajo le robamos la sonrisa a los niños, honesto porque lo hacemos con mucho gusto y placer como algo que nos sale del alma y original porque en cada presentación es una función nueva que enriquece nuestro trabajo.
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3) BM. ¿Consideras que el teatro para niñas y niños debe enseñar algo?

AF. Siempre, por supuesto. Si una obra para el público infantil no enseña nada, no les deja nada, realmente no tiene ninguna funcionalidad ya que el primer objetivo del teatro para niños y niñas es enseñar, educar mientras se divierten, la cual es una de nuestras metas en la Pandilla Teatro

4) BM ¿Crees que existe una verdadera valoración del teatro para niñas y niños por parte del público venezolano?

AF. Por donde quiera que se mire el público valora el trabajo para niños; sobre todo, los padres que siempre están pendientes de las nuevas producciones en cartelera para llevar a sus niños y niñas. Pero no todos las agrupaciones teatrales se enfilan a hacer una obra infantil; es otro lenguaje otro ritmo. Es otro público que es más directo y sincero a la hora de evaluar un trabajo.

5) BM. ¿Quisieras agregar algo más?

AF. El grupo “Pandilla” sigue adelante con sus nuevos proyectos: “Alicia”, “Hipócritas”, “Quiero ser protagonista” , “Los 3 cochinitos” , y como siempre después de 10 años en cartelera de haberla estrenado siguen nuestros caballitos de batallas “Payasocropolis” y de “Libertadores” los cuales han estado en festivales internacionales de Bolivia. México, Colombia y el próximo mes de Febrero del 2011 en Chile y Yucatan.
En estos momentos contamos en el staff de actores con: Reynaldo Rivas. Ledner Belisario, Pedro Olarte, Anny Castellanos, Jennifer Colautti, Wills Bonilla, Aliberth González , Dayana Castillo Javier Cordero (administrador) y este servidor Aníbal Figueroa.

Por favor, aún no.